LA delegación municipal de Urbanismo, en su afán de mantener a toda costa el castigo contra el Niño de las Pinturas, una de los principales muralistas callejeros españoles, ha adoptado la torpe decisión de obligar al pintor a tapar con cal y brocha gorda la pintura que hizo sobre una tapia de una casa del Realejo a petición del propietario. El castigo parece inspirado en una de esas extravagantes sentencias con que el juez de Menores de Granada ha conseguido fama mundial pero no la sanción de un Ayuntamiento. Un castigo que sólo revela la simpleza de la comisión que lo ha adoptado. Obligar a un muralista a que destruya su obra no tiene parangón, hasta donde sabemos, con ninguna sanción impuesta antes en España. El Niño de las Pinturas no tiene por qué obedecer semejante castigo que tiene más de humillación que de reparación por los daños causados. Porque al obligar a destruir una obra lo que se persigue es menospreciar a su autor. Además, Urbanismo recurre al chantaje al imponer a la destrucción a cambio de perdonar la multa en metálico.

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