El lanzador de cuchillos

Calling Alessia

Al salir del teatro un cartel del Corpus te despierta súbitamente del sueño de elegancia, belleza y sofisticación

Alessia Desogus viene de Cerdeña, una isla de pastores y bandidos donde, por un quítame allá esas pajas o una mordida a las cuentas familiares, te esquilan como a una oveja o te dejan seis meses atado a un árbol en las montañas de Orgosolo. Algo de ese carácter abrupto -pasado por el tamiz de la ironía- muestra sobre el escenario la actriz y cantante sarda, que aunque fantaseaba con ser vagabunda en Los Ángeles y parecerse a la novia de Jim Morrison, tras pasar por Ibiza y París (su amada Lutecia), acabó viviendo a los pies de la Colina Roja.

Ha sido precisamente en Granada donde ha presentado su último espectáculo, Calling America, secundada por sus músicos de cabecera (los virtuosos y polifacéticos Arturo Cid, Alejandro Tamayo y Stik Cook) y un invitado especial, Quini Almendros, empeñado en convertirse, a fuerza de trabajo y sobre la base de un talento descomunal, en el Paco de Lucía del rock español.

Pero guardemos silencio, porque se apagan las luces del teatro, la banda ataca los primeros compases de una melodía conocida y en el escenario comparece Alessia Desogus, con gafas oscuras y vestido de raso negro, como una estrella del tercer mundo, a lo Martirio. Entona un napolitanísimo O sole mio, que a mitad de camino se sube al barco que muchos italianos del sur tomaron a principios del siglo XX para atracar -It`s now or never!-, temerosos y esperanzados, en Ellis Island.

Por la escena, de la mano de Alessia, desfilan ahora muñecas de rompe y rasga, gangsters arrogantes y pendencieros y hasta el fantasma de Elvis, moviendo espasmódicamente las caderas. Y otra vez de vuelta a Italia -"Buona sera, signorina"- para perdernos por las callejas de Forcella, entre guaglioni que silban al paso de las jovencitas, o encaramarnos a un tejado romano junto a esa ragazzina cándida como un gato que maullara a la luna llena.

Alessia y sus prodigiosos muchachos nos llevan de Mina a Billie Holliday, de Fred Buscaglione a Ben E. King, asistimos a un entierro de la mafia y bailamos el swing en un guateque trasteverino.

Cuando la luz vuelve a prenderse, uno tiene la imaginación poblada de guapos de barrio, ametralladoras de tambor, tacones de aguja y veranos mediterráneos. Pero saliendo del teatro se topa en el vestíbulo con el cartel de una comedia programada para el Corpus -En ocasiones veo a Humberto- y despierta súbitamente del sueño de elegancia, belleza y sofisticación en que lo había sumido una diva de otro tiempo. Una artista singular que nació en una isla italiana, pero siempre soñó con América.

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