Canónigo en Sevilla, obispo en Cádiz

Nadie puede negar a Zornoza experiencia pastoral previa, inteligencia, claridad de ideas y fuerte compromiso

Mejor canónigo en Sevilla que obispo en Cádiz" era dicho clerical de honda raíz, tanta que ya se conocía y repetía a fines de la Edad Media. Se asentaba sobre la realidad de una diócesis, la gaditana, que fue desde su restauración por Alfonso X una de las más pequeñas y pobres de España, poblada por un clero hirsuto procedente, en la mayoría de las dignidades capitulares, de una pequeña oligarquía que tenía por suya la sede, y con una feligresía no menos arriscada, mitad almogávar, mitad corsaria. No debe extrañar que durante algunos siglos los obispos gaditanos, bastantes de ellos frailes que llegaban como a tierra de misión, acabaran casi exiliándose en Sevilla o como aquel que hubo de refugiarse en Medina, a la sombra del duque, porque literalmente lo expulsaron de la ciudad.

Las cosas no acabaron de mejorar y recordemos cómo ya en el siglo XVIII el gran obispo Armengual si llegó a Cádiz fue por el destierro que le impusieron en la Corte. Por unas u otras razones nunca fue esta sede fácil como tampoco lo está siendo para el actual prelado, don Rafael Zornoza, al que nadie puede negar experiencia pastoral previa, inteligencia, claridad de ideas y fuerte compromiso. La destemplanza y hasta la evidente infamia de ciertas críticas están menos relacionadas con los errores que haya podido cometer que con los defectos que encontró y las resistencias al cambio que toda labor reformista levanta. No es plato de gusto tener que hacer frente a una situación económica insuficiente hasta para los fines más perentorios y, lo que es mucho peor, al extendido acomodamiento de laicos y clérigos a una pastoral deshuesada que se pretendía más evangélica cuanto más rendida al espíritu y formas de ONG y a la corrección política. Apostar por la formación, por la sana doctrina, por el seminario, por los movimientos renovadores, por los jóvenes y universitarios, por la nueva evangelización con su enorme potencialidad transformadora hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia es algo demasiado disruptivo para quienes no ven en esta diócesis más casos en que ocuparse que los llegados en patera ni más horizonte que el que otean desde sus campanarios. No por el bien suyo, por el de esta sufrida y complicada Iglesia de Cádiz es de desear que don Rafael siga al frente muchos años con el afecto filial y el reconocimiento de los católicos.

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