Caracteres

En la política pasan por virtuosos rasgos que en otras profesiones serían cuando menos ambiguos

Coinciden bastantes en señalar que al joven diputado vasco que se ha retirado de la política, al parecer desengañado o harto de ser hostigado por los suyos, le faltaba carácter. Lo decían estos mismos antes de que anunciara su marcha, lo suscribían sus adversarios cuando estaba en activo y lo recuerdan los analistas a la hora de evaluar la decisión -que puede ser inhabitual, pero no tiene nada de misteriosa- o de recordar su trayectoria. Es posible que sin el atentado que marcó su vida ese diputado no hubiera alcanzado la notoriedad y después la posición que ha venido ocupando, pero sorprende que los que hablan de su supuesta pusilanimidad -a los que imaginamos sobrados de valor y confianza en sus capacidades- ignoren el modo en que afrontó una desgracia tan severa, que no admite comparación con las que se derivan del navajeo entre militantes enfrentados o los resultados de unos comicios.

Como otros de los que se extienden sobre sus motivaciones o carencias, no conocemos de nada al diputado, pero cualquiera que haya leído los periódicos en los últimos quince años puede saber o deducir dos datos importantes: que remontó de forma admirable una experiencia muy dura e indiscutiblemente traumática y que luego no ha buscado rentabilizarla, cuando le habría sido fácil, frente a sus oponentes de dentro o de fuera, hasta el punto de haber sido cuestionado -con razón o sin ella, que eso entraría en el terreno de lo opinable, pero de nuevo a causa de su presunta debilidad- por otras víctimas de la vesania terrorista.

El argumento más reiterado se centra en que dudó, como hubiera hecho o haría cualquier persona sensata, ante la perspectiva de asumir el liderazgo. Ejercerlo exige madera, desde luego, y no todos serviríamos para hacer las cosas que tienen que hacer -o no hacer, y que tragarse- los que mandan en los partidos y aspiran, si se trata de los grandes, a presidir el Gobierno. Pero esa duda, por una parte, puesto que el diputado lo hubiera seguido siendo en cualquier caso, no habría tenido que ver con el temor a perder una plaza asegurada, como parece que le ocurría a su compañera andaluza, primero rival y después aliada. Y por otra lo retrata, algo también infrecuente en el gremio, como un hombre público para quien la ambición -el responsable de sus filas sería un perfecto contraejemplo- no es lo único que cuenta. Ya se sabe que decimos de alguien que tiene carácter cuando lo tiene malo. O que en la política pasan por virtuosos rasgos que en otras profesiones serían cuando menos ambiguos. Lo que no suele precisarse es que muchos de los que no dudan no valen un duro.

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