Cárceles de lujo, juzgados colapsados

¿Quién va a querer volver a las calles, a mugrientos domicilios, a comer rancho de varios días atrás y a dormir en un jergón?

Hace unos días, de entre esa inmensidad de micro informaciones que me enviaban -y que todos recibimos por Whatshapp- destacaban una colección de casi veinte fotografías en las que se muestra parte de las modernísimas y casi lujosas instalaciones de la novísima prisión, llamada eufemísticamente -como casi todo lo que se nombra hoy día- Centro Penitenciario de la provincia de Málaga, concretamente en Archidona. Son espectaculares no sólo las características de la propia edificación, sino muy especialmente las diferentes instalaciones con magníficos servicios de los que podrán disfrutar los reclusos que tengan la mala (?) fortuna de ser enviados allí a cumplir cualquier condena.

Ha habido, también, quien, a la vista de las mismas fotografías, ha afirmado que así puede resultar penoso o al menos poco atractivo encaminarse por la senda de la rehabilitación y reinserción social pues, con comodidades como esas, ¿quién va a querer volver a las calles, a mugrientos domicilios, a comer rancho quizá de varios días atrás y a dormir en un jergón o poco más?

Otros me comentaban que, dado el tipo de gente que últimamente está entrando a las cárceles, unos provenientes de consejos de gobierno de Comunidades Autónomas, otros empresarios con poca dignidad que han gustado de sobornar a políticos de escasa conciencia y honradez e incluso muy destacados miembros de consejos de administración de conocidas entidades bancarias o hasta ex duques matrimoniados con alguna infanta del reino, toda esa nueva clase de reclusos podría haber propiciado la construcción de estas nuevas prisiones que parecen más hoteles con estrellas, que garantizan la existencia de innegables y hasta apetecibles lujos, que verdaderas cárceles tal y como se las ha entendido hasta hace muy poco.

Y ello, además, por si acaso algunos actuales gobernantes o ex gobernantes, por mor de estricta aplicación de la justicia, puedan dar a parar con sus huesos a esos lugares y ampliar la nómina de ilustres invitados por la Administración de Justicia.

Mientras tanto, los juzgados, todos, poco menos que colapsados por falta de medios de toda clase y pelaje, ante la desesperación, de los propios jueces y otros funcionarios, que se ven ninguneados por quienes, gobernando, tienen la obligación de dotar suficientemente al Poder Judicial, que es el que, de verdad y en definitiva, ha de garantizar que esto que llamamos España, sea, aún, un Estado de Derecho. ¿O no?

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