Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Carritos y bombillas

YO no sé cuántos reportajes y artículos habremos leído en los últimos años, firmados por docentes, pediatras y traumatólogos, acerca de qué era más conveniente para la salud de nuestro escolares, si el carrito o la mochila. Unos defendían que el trolley no deformaba la espalda y era más fácil de llevar, mientras que los defensores la mochila sostenían que era el mejor remedio para que los niños no extraviaran el material escolar y tuvieran disponibles ambos brazos para lo que fuera menester. En fin, uno de esos debates agotadores propios de una sociedad instalada en los confines del bienestar, que ha superado el problema esencial del derecho a la educación y que se enfrasca en controversias incidentales. La Consejería de Educación ha zanjado abruptamente el debate: lo mejor son las carteras de telas de menos de un euro. La conveniencia de las carteras sobre los carros y los macutos no está avalada por médicos ni profesores, sino por economistas. Hace solo un año la Junta distribuyó, gracias a un convenio con un fabricante, miles y miles de trolleys a los alumnos de quinto y sexto de Primaria. Cada uno de esos maravillosos carros, recomendados en los así llamados cursos de higiene postural, salía por cerca de 70 euros. Y ahí, en los 70 euros, está concentrado todo el problema postural. La Administración no quiere que los 7 millones de euros que supone financiar las 100.000 mochilas le dañen la columna vertebral al presupuesto, desde las cervicales a la rabadilla.

Todo encoge con la crisis (y lo que queda por cantar). Las luces de Navidad de quita y pon es otro de esos inventos impagables de la Administración. En este caso, ha sido el Ayuntamiento de Granada el que ha recurrido a este tradicional sistema doméstico ("¡niño, apaga la luz del cuarto de baño!") para ahorrar 400.000 euros, que no son moco de pavo. Estos recortes un poco extravagantes tienen varias ventajas. La primera, comprobar la endeblez del armazón sobre el que hemos instalado nuestro bienestar (racimos de bombillas y carritos subvencionados) y la segunda observar de cerca cómo se va desmoronando ese sostén social sin que nadie mueva un dedo para impedirlo (si queda un dedo libre es para empujar). Caen los carritos, se apagan las luces pero también se suprimen las ayudas a los parados de larga duración, se abandonan a su suerte servicios básicos de la ciudades como el de la limpieza mientras el patrimonio del Estado es cedido graciosamente a los mercados para que sacien su lujuria. Se está derrumbando sobren nuestras cabezas el decorado de un mundo casi perfecto. Yo pienso a sospechar que crisis no existe, que es sólo el nombre con que los inversionistas han bautizado su revolución insaciable.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios