Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho". La frase, incluida por Ortega en España invertebrada, no ha perdido actualidad, como no la ha perdido este breve ensayo publicado por primera vez en 1922. El filósofo madrileño sostiene que, desde Felipe III, Castilla "se vuelve suspicaz, angosta, sórdida, agria" y se desocupa de otras regiones peninsulares a las que abandona a su suerte. La idea troncal del libro es que los distintos territorios que componen el país se unen en un propósito común, tras la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, y los lazos entre ellos se aflojan a medida que el proyecto se desintegra. Primero caen los Países Bajos y el Milanesado, después Nápoles, a principios del XIX las provincias ultramarinas y en 1898 los restos: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Es en ese momento cuando surge con mayor fuerza el rumor del separatismo, del bizcarraitismo, como Ortega llama al nacionalismo vasco, y del catalanismo que ahora atrona.

Hay quien niega el Estado plurinacional, que España sea una nación de naciones, pero lo indiscutible es que es una nación de nacionalismos y que el próximo 1 de octubre se enfrentan dos sentimientos primitivos de pertenencia a la tribu, por más que cada cual se considere a sí mismo como fuente de justicia y de progreso. Chocan por dos razones: porque la Constitución ha quedado desfasada y porque, tras la crisis y las posteriores medidas de castigo económico a la población, España, como proyecto, ha dejado de ser atractiva. Esa es la palanca con la que el nacionalismo catalán, aún minoritario, quiere mover el mundo que hemos habitado. Decía Renan, y Puigdemont lo aplica al pie de la letra, que "una nación es un plebiscito cotidiano". Ortega, tan largo, lo vio hace un siglo, cuando postuló que, para convivir, "no basta la resonancia del pasado". Luego el problema no se soluciona evitando el referéndum y manteniendo la misma intransigencia al día siguiente. Hay que dejar de gritar "puta Barça, puta Cataluña" cada vez que Messi marca un gol en la Rosaleda, hay que dar y exigir más amor, hay que negociar un nuevo acuerdo, una reorganización del Estado, que no es un cáliz sagrado, sino un instrumento al servicio de la convivencia. Y, sí, igualdad de derechos. Y café para todos… pero no ocurre nada si unos lo toman solo, otros con leche, otros cortado y otros descafeinado. Sucede en Alemania, en Suiza o en Estados Unidos, estados federales, naciones de naciones perfectamente cohesionadas.

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