Celebrar lo pequeño

La hermosa contradicción del Dios niño en el pesebre da la dimensión exacta de la fiesta

Posiblemente sea la fiesta de la Navidad el misterio más difícil de explicar de todos los que celebra la Iglesia cristiana, y quizá por eso también, cuentan que a la sociedad griega más ilustrada de los primeros años de nuestra era le costaba entender su verdadero sentido. Si ha venido el Dios todopoderoso que anunciaban los profetas del antiguo testamento, el de la casa de David, el de la tierra prometida de Abraham y Moisés, el que mueve cielos y tierra, se preguntaban con cierto sentido aquellos hombres formados: ¿cómo es que lo hace envuelto en pañales en la pobreza más absoluta que representa el humilde pesebre en la noche fría rodeado por las bestias?

No parecía asunto fácil de responder para los primeros cristianos, y la verdad es que esa misma pregunta nos la podríamos hacer ahora nosotros mismos, acaso con más motivos, más de dos mil años después. ¿Qué signo representa el niño Jesús sonriente que besamos en la cálida celebración de la misa del gallo? ¿Qué buscaban en la inhóspita cueva de Belén aquellos magos de Oriente atraídos por una estrella, aparte de llevarle unos regalos? Éstas y otras cuestiones parecidas siguen teniendo difícil respuesta en nuestro mundo desarrollado de hoy, tan pendiente del brillo embaucador del poder, la riqueza y el creciente valor de lo inmediato.

Y no es una cuestión sólo de fe, o de religión. En una sociedad cada vez más secularizada donde la sociedad global ha asumido como propia la celebración religiosa en lo que tiene de fiesta de la afectividad y del reencuentro, también es posible distinguir entre los que sólo buscan en ella su versión lúdica y consumista, de los que la aprovechan para retornar a los rincones menos transitados en su rutina cotidiana. Por eso para tantos es el tiempo perfecto para el recuerdo familiar, para las lecturas y relecturas de los libros de siempre (Stevenson, Dickens, Conan Doyle…), para el contacto con lo más cercano que tan lejos queda el resto del año.

Esa hermosa contradicción del Dios niño en el pesebre da la dimensión exacta de la fiesta, por eso es tanto lo que se celebra estos días por todo el mundo, en las palabras certeras del papa Francisco en su homilía de Nochebuena, "la revancha de la humildad sobre la arrogancia, de la simplicidad sobre la abundancia, del silencio sobre el alboroto". Poco más hay que añadir, salvo que todos tengan una feliz Navidad.

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