El Centro Lorca, ese drama

¿Quién o quienes son los ineptos que no quieren que se limpien las ventanas para ver lo que hay dentro?

Pasa con el Centro Lorca de la plaza de la Romanilla como aquellas casas de meretrices de la época victoriana, que cada vez que una abría sus puertas salía un escándalo. Desde que aquel edificio quiso anexionarse una churrería y quedarse con el palo de churrero, por eso de estar quemando, el Centro Lorca no ha hecho más que sumar despropósitos hasta quedar convertido en un sitio en el que nada más entrar notas el rastro que dejan las chapuzas. Después de la churrería, fue aquel secretario que se aumentaba las comisiones como hacía Paul Newman en El juez de la horca, que se quedaba con la mitad de lo que otros habían robado antes de emitir el veredicto, que siempre era el mismo: a la horca con él. No tenía el gachó suficiente con los doce mil euros que cobraba al mes, sino que maquillaba facturas para quedarse con el resto. En aquel edificio empezó a perderse el dinero público con la facilidad con que se suelta lastre en un globo aerostático que no puede subir y que se va a pique. Primero dijeron que las obras costarían 18 millones de euros, luego dijeron 23 y finalmente fueron 27. Un poco más y cantan línea. Después llegaron los enfrentamientos, los tejemanejes, las acusaciones de manirrotos (¿quién tiene la culpa sino el gato?) y por fin la apertura, pero sin el legado del poeta, que seguía en la Residencia de Estudiantes de Madrid. La gente iba por entonces al Centro solo para ver lo bonitas que habían quedado blanqueadas las paredes. Por aquella época no pasaba ni un solo día en el que los periódicos no reservaran un espacio para el culebrón que había originado el proyecto. El último capítulo de este despropósito es haber largado antes de tiempo a la que ha sido gerente en los dos últimos años. De nuevo el Centro se convierte en una Casa de Bernarda Alba, en donde es imposible quitarse ese luto que deja el miedo a salir a la calle y descubrir la verdad. ¿Estaba la gerente haciendo una auditoría y la han despedido antes? ¿Quién o quienes son los ineptos que no quieren que se limpien las ventanas para ver lo que hay dentro? ¿Acaso hay en la sobrinísima del poeta la apetencia de tener ella las únicas llaves del cortijo? Las preguntas deberían ser obligatorias en el juego del trivial. Federico, baja y escribe otro drama.

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