Cervantes no lo ha escrito

Últimamente se observa un creciente uso del embuste que empuja a las masas a zonas de nulo pensamiento y laxa voluntad

En el tiempo que vivimos, por suponerse de mayor prosperidad en el estudio, el pensamiento y los conocimientos, debiera de ser, en teoría, de gentes cada vez más cultas y más alejadas del analfabetismo lo que, al mismo tiempo, más proclives a la certeza, la verdad desnuda.

Sin embargo, últimamente experimentamos un extraño fenómeno al que no hallo sensata explicación, en el que se observa un creciente uso del embuste, de la mentira rastrera, con lo que empujan a las masas a esas zonas del nulo pensamiento y laxa voluntad en las que se las pueda hacer creer en fantásticos e inexistentes asuntos y hacer proliferar entre la población poco menos que procesión de devotos, rebosantes de una casi bobalicona imbecilidad. Y todo ello propiciado por personajillos del tres al cuarto, auténticos trileros, rinconetes, mindundis de la calle, vices hoy de solemnes cráneos, llenos de artificiosa vaciedad y vacuo narcisismo, que llegan a manejar miles de voluntades, millones, fascinando con su nadismo ideológico, filosófico, social, político y hasta existencial a numerosos ciudadanos incautos, sensibles a su deshabitada y falsa verborrea que, boquiabiertos intelectualmente, creen estar poco menos que ante un prócer, un sesudo filósofo o un líder social que, sin que de ello se aperciban, les fomenta su indigencia intelectual, los adocena hábilmente y usa sus voluntades para encaramarse en instancias del poder público -y del dinero, especialmente- que, democráticamente, lo mismo pudieran ser ocupadas por un sabio que por un cretino. Como pueden ser ahora algunos de los casos.

Anda por ahí, rodando en las redes, un párrafo que alguien ha debido de lanzar para hacer pensar, suscitar la meditación de los españoles, tras de la marcha del rey Juan Carlos y el uso de casonas palaciegas por parte de algunos de esos trileros a los que aludo en anteriores líneas. Un texto audaz y contundente, supuestamente firmado por el pobre don Miguel de Cervantes, que nada sabe del mismo en su trinitario y sepulcral descanso. En este apócrifo documento, que quieren hacer cervantino, se emplea cierto léxico que no era muy extraño en la décimo séptima centuria y -por ello- a muchos se les ha "colado". Sin embargo, utilizándose una sintaxis algo arcaizante, se distancia mucho y en nada se parece a las poderosas construcciones cervantinas, en cuyo andamiaje y ordenación léxica se levanta toda la fuerza, la verdad y la solemnidad intelectual y analítica de una semántica atractiva y desbordante de riquezas ideológicas y de sabidurías verdaderamente únicas.

Está bien, Cervantes no ha escrito en nuestro siglo. Pero, lo que dicen que ha escrito ahora, podría haberlo dicho entonces. ¿O no?

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