LAS elecciones del 22 de mayo pasado van a conllevar que muchas personas salgan de las instituciones al entrar equipos de gobierno de distinto signo. Tanto los partidos cuyos candidatos toman los gobiernos como aquéllos que han perdido, deberían tener presente el mensaje que el sentido del voto significa. Parece haber unanimidad en que la ciudadanía está a disgusto con las hasta ahora prácticas políticas de sus representantes. En el núcleo duro de ese disgusto se halla lo que la ciudadanía cree que son hábitos de privilegios autoconcedidos por los políticos: cesantías extraordinarias respecto al común de los trabajadores, sueldos igualmente distantes de lo general, un "mutualismo" dirigido a recolocar a los cargos salientes en otras instituciones o empresas públicas, invasión de unas y otras con el personal de confianza en número desorbitado, etc.

Creo que los partidos son sinceros cuando dicen que han entendido el mensaje. Lo que no quita que a continuación sigan sin poner en marcha las rectificaciones correspondientes. Están dirigidos por personas y al igual que, por ejemplo, en la familia, puede uno darse cuenta de errores cometidos y tener cierta impotencia para rectificar.

Pero las organizaciones tienen que tener sistemas que hagan que se superen las debilidades de los humanos. Por ejemplo, estatutos que establezcan reglas para evitar la presión de los militantes que reclaman privilegios o simplemente decisiones que perjudiquen la imagen del partido ante la opinión pública.

Viene todo esto para señalar que si el partido que más cargos públicos y personal de confianza ha perdido se dedica a prácticas corporativas tendentes a recolocarlos, perderá dos veces las elecciones: una en votos ya emitidos y otra en los futuros votantes que volverán a castigarlo y por un motivo recurrente, el disgusto con sus hábitos.

Igual cabe decir del PP. Si ahora invade las instituciones con un ejército de los suyos simétrico al desalojado, la ciudadanía le cogerá asco.

Hay un dato diferenciador: el PP está en la cresta de la ola. El PSOE necesita redimir sus errores, reales o virtuales. Es decir, le hará más daño al PSOE la práctica de la recolocación de sus cesantes que al PP la de sus abusos.

El PSOE tiene una historia centenaria y un fundador, Pablo Iglesias, que propugnaba la honradez de sus cargos públicos. La futura Conferencia Política debería implantar mecanismos que devuelvan a la ciudadanía esa imagen de organización y militantes honrados, como son la inmensa mayoría. Y que blinden a sus líderes ante las presiones de los dirigentes de las agrupaciones tendentes a evitar que los cargos y empleados cesantes vuelvan a sus oficios o profesiones, a toda costa. Saldría ganando el PSOE y también la ciudadanía.

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