Mirada alrededor

juan José Ruiz Molinero

Ciudadano Felipe

LAS formas de Estado carecen de importancia, siempre que se respeten los valores democráticos, los derechos y libertades de los ciudadanos. Nuestra Europa está formada por monarquías parlamentarias -Reino Unido, Suecia, Noruega, Holanda...- y repúblicas, presidencialistas como Francia, u otras -Italia, Alemania- puramente formales, en las que el presidente de la República tiene sólo un papel representativo y simbólico. No es lo mismo el concepto de monarquías o repúblicas en pueblos con tradición democrática que en los que sufren dictaduras y absolutismos, en muchos casos amparados en preceptos religiosos.

Con el respeto que merecen todas las ideas, siempre que estén fuera de dictaduras o absolutismos, creo que muy pocos en España se plantean en serio cambiar el signo de la jefatura de Estado, sobre todo viendo la lamentable situación de la política actual. No dudo que habrá republicanos y monárquicos de convicción, y que la mayoría valoramos los principios de la II República que fue aplastada por un golpe militar, una cruel guerra civil y por sus propios errores. Pero de ahí a poner en duda la legitimidad de la actual jefatura del Estado hay un abismo. Además de que la fórmula fue refrendada mayoritariamente por los españoles en la actual Constitución, lo que rubrica su apoyo democrático, no habrá que olvidar los servicios prestados al país. ¿A un presidente de la República, la negra noche del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, le hubiesen hecho el mismo caso los altos mandos militares que le hicieron al Rey Juan Carlos? Hoy mismo, cuando el ciudadano Felipe ha tenido que firmar la disolución de las Cortes por la inutilidad de los parlamentarios en ponerse de acuerdo para formar Gobierno, ¿cómo hubiera quedado la imagen de España si la jefatura del Estado también tuviera que decidirse en el teatrillo político que estamos sufriendo?

Por eso resulta anecdótico que, coherente con su tradicionalismo histórico, Alberto Garzón tenga que hacer piruetas para referirse al Rey como el "ciudadano Felipe" y pida perdón cuando se le escapa la palabra real. Su antecesor Carrillo no tuvo esos reparos y sostuvo la Constitución, la bandera y la monarquía parlamentaria como bases de un Estado plural en el que cupiesen todos los españolitos en libertad. Hoy, cuando todos están en funciones o en campaña, quien representa dignamente al país ante el mundo -hasta ahora, por lo menos- es el ciudadano Felipe.

Dejemos para otros momentos más tranquilos debates secundarios y actitudes infantiles. Los problemas del resto de los ciudadanos que no se llaman Felipe -y si se llaman así no descienden de ninguna dinastía- van por otro camino. Intenten acercarse a ellos. Es decir, a la realidad.

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