Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Cobardes

Destruir el saber es acabar con la memoria de todos y nos devasta como civilización

No hay peor acto que la cobardía. Al cobarde no le duelen prendas traicionar para sobrevivir. Se califican de solidarios, empáticos o arrepentidos. Pero por pecados ajenos. Son incapaces de pensar por sí mismos, o mejor, recordando a sir Francis Bacon -quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde- resultan un indigno dechado de defectos. Porque a estos, no les falta detalle. El cobarde odia, teme al diferente. Por eso, en la berlinesa plaza de la Ópera, los nazis quemaron libros antialemanes, como antes hizo la Iglesia con los anticristianos -fuera en el Auto de Fe de Granada o en la florentina hoguera de las vanidades de Savonarola-. Igual que hace unos años los islamistas arrasaron los antiislámicos en Tombuctú. Destruir el saber es acabar con la memoria de todos y nos devasta como civilización. Ningún libro sobra, ninguna obra de arte estorba. A quien le disguste alguno que lo obvie. Somos lo que hicimos y seremos lo que hagamos.

Donde se quema un libro, se acaba llevando a la pira a quienes piensan distinto. Qué deprimente es que una asociación de escuelas canadienses retire cinco mil libros infantiles de sus estanterías por mostrar prejuicios contra los pueblos indígenas. Nadie obliga a leerlos. Pero estos modernos inquisidores, no contentos con censurar, sublimaron su cobardía quemando ejemplares, entre otros, de Tintín, Astérix o Lucky Luke. Al parecer, estos colegios -por cierto, católicos. Se ve que vuelven los Torquemada- califican esta vil ordalía de gesto de reconciliación con los indígenas y argumentan que el contenido de las obras es anticuado e inapropiado. ¿Quién les otorgó el poder de juzgar? No se puede ser más imbécil y cobarde. No hay nada más irracional, indecente y deshumanizador que quemar un libro. Jamás pensé que vería hacerse realidad la distopía de Ray Bradbury en Fahrenheit 451.

Pero unas noticias indignan y otras son esa rendija por donde se cuela la luz de la esperanza. Leo que don Juan Simó, que falleció este pasado verano a los 89 años, tenía la inveterada y sana costumbre de regalar cada año a su nieta Cris, desde que aprendió a leer, un libro por su cumpleaños. Este año también lo hizo. Lo dejó comprado antes de morir y su nieta lo recibió cuando él ya no estaba para sonreírle y compartirlo. No imagino mejor regalo, ni mejor recuerdo para quien ame la libertad y la cultura.

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