Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Cobra pandémica

Se ha instalado entre nosotros, con su sinuoso movimiento hacia atrás o hacia un lado, tan lista ella, la astuta cautelar

En un nuevo gesto que se va extendiendo conforme se va extendiendo el virus y su alarma de contagio. Te acercas a cualquiera a saludarle y, con la alegría del reencuentro después de tanto tiempo de falta de vida social (vamos camino de convertirnos todos en monjes más dados a la vida interior que al trasiego de lo social) te acercas más de lo debido. Incluso hasta abres los brazos. Y ves que el otro te mira con los ojillos achinados (con lo cual deduces que sonríe a falta de poder ver su sonrisa bajo la máscara) y entonces ya te olvidas de las cautelas y haces el acto de ir a consumar el abrazo y, zas, se echa hacia atrás y te hace la cobra enarcando el cuello y retrepando el pecho e incluso puede que hasta volviendo el rostro hacia un lado, sin palabras, sin desprecio, pero con algo de miedo en la mirada. Es el virus que se ha colado entre los afectos, piensas, y entonces te refrenas, retrucas, das un paso atrás y ya te vuelves a la distancia cautelar/sanitaria y todo lo más, con algo de desgana, ofreces un codo desde la distancia de dos pasos que puede que, también, te lo nieguen, si es que el amigo reencontrado está al tanto de las últimas noticias sobre los riesgos de contagio aún codo con codo.

Lo ves por todas partes. Y también los rostros más sombríos, y a las personas solitarias apretando el paso cuando te las cruzas por la calle, al tiempo que se ajustan bien la mascarilla, y miran hacia abajo no vaya a ser que te conozcan y entonces surgiría la posibilidad del indeseado saludo.

Nos vamos volviendo nórdicos. Los saludos antaño a abrazo partido, a besos sonoros y casi untosos, con alaracas y palmadas en la espalda casi han desaparecido. La cobra se ha instalado y serpentea entre nosotros, con su sinuoso movimiento hacia atrás o hacia un lado, tan lista ella, la astuta cautelar. Los que menos la practican son precisamente los que más tienen que perder, es decir, los abuelos. También los amantes han visto cómo sus embates han ido disminuyendo en frecuencia, pues está difícil el encuentro y, caso de darse (pongamos que en las fiestas de los pisos, aliviadero furtivo de tanta represión sanitaria) tienes que pasar por encima de ese muro cautelar que ha venido para reconvertirnos en eso que nunca quisimos ser, cerebrales, calculadores, civilizados, sanos y... tan fríos.

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