Cobrar las tapas en Granada

Mala política para los negocios que aplicasen la propuesta del alcalde Cuenca a su siempre distinguida clientela

Casi borrado del mapa ha estado el mundo de la hostelería a causa de esta tremenda pandemia. Quizás menos en el presente año, pero el dos mil veinte y parte del veintiuno han sido muchos los negocios que se han visto en la necesidad inexcusable de cerrar y desaparecer para siempre. Y si alguna actividad ha distinguido, desde hace siglos, la vida económica de Granada, ha sido, sin lugar a dudas, precisamente, el trabajo de los hosteleros, muy especialmente aquellos que han atendido y siguen atendiendo los muchos bares, restaurantes, cafeterías, bodegas, tabernas y tascas que han salpicado con su presencia la geografía urbana de esta ciudad, hospitalaria desde siglos y, por ello, acostumbrada a recibir viajeros curiosos de todas las latitudes, ávidos de conocer los entresijos y la monumentalidad de la que fue última capital del último de los reinos islámicos de Europa.

Pero, también, el desarrollo de este sector productivo se debe al merecido prestigio de su medio milenaria Universidad, que ha sido y es aún clara causa de que decenas de millares de estudiantes llenen durante el día las granadinas aulas del estudio y del conocimiento, desde cada otoño hasta el fin de cada primavera, suscitando de la misma forma -es natural- la azarosa y divertida vida nocturna que, asimismo, desde hace cinco siglos, llena las tabernas, las tascas, los mesones y -en horario más tardío aún- los bares musicales. Es éste un tipo de público, de necesaria clientela para una determinada clase de establecimientos que dudo mucho esté dispuesta a pagar un precio diferenciado entre la bebida y la tradicional tapa, como parecen pretenderlo el alcalde Paco Cuenca y el presidente del gremio de los hosteleros, Gregorio García, aduciendo que las tapas llegan a ser delicadezas gastronómicas de compleja elaboración y en ciertos casos de alta cocina.

Yo estoy casi seguro de que hogaño; en que el gremio de la enseñanza pública es incapaz de reacciones y protestas, ante el trágala de una Ley Orgánica de Educación -tan restrictiva, intervencionista y pacata intelectual y académicamente- como la que realmente ha decretado e impuesto el (des)Gobierno de Pedro Sánchez y la izquierda parlamentaria; estoy seguro, digo, de que cobrar las tapas en los bares de Granada, como medida generalizada, sí que podría llegar a ser, a corto plazo, causa de nocturnas escandaleras, grescas, pendencias y tumultos y otros follones de incierta intensidad. Mala política, a mi pobre juicio, para los negocios que aplicasen la propuesta del alcalde Cuenca a su siempre distinguida clientela.

Podrían, no obstante, hacer una prueba, fácil de acometer: aquellos establecimientos que así lo determinen, dispongan en las puertas un cartel, con letra clara y que se vea bien: "Aquí se cobran las tapas", para no engañar a nadie. Y a ver qué pasa… ¿O no?

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