Independientemente del resultado, el partido de ayer del Granada contra el Valencia demostró que en este país, en esta ciudad al menos, sí existen colores que unen. Así, frente al tradicional rojos contra azules de la política, el rojo y el blanco que ayer vistieron los jugadores de Diego Martínez sirvieron para aglomerar a todos los granadinos en un solo bando. Ya lo vimos durante el Mundial de 2010 (y las Eurocopas previa y posterior), donde 'culés' y 'merengues' dejaron a un lado sus diferencias para apoyar a un único color, en este caso el rojo (con toques de amarillo). Esa es la verdadera magia del fútbol, por mucho que casos de corrupción o decisiones algo turbias como jugar la Supercopa fuera de tus fronteras, lo enturbien. Es ahí donde radica la belleza de este deporte que no discrima por clase social o raza, como sí hace la política. Por mucho que cierta corriente intelectual se empeñe en desprestigiar el fútbol tachándolo de divertimento propio de clases bajas, lo cierto es que es un tema que bien podría llenar hojas de ensayos y del que otras disciplinas más 'elevadas' podrían tomar nota.

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