La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Concierto de año nuevo

Esas músicas ligeras y comerciales viven hoy mientras otras que se tenían por puras han sido olvidadas

El concierto de año nuevo vienés -este año a triste sala vacía- volvió a congregar una audiencia media de 50 millones de espectadores en todo el mundo. El número no es necesariamente sinónimo de calidad. Pero tampoco de lo contrario, como tantas veces se cree. Esta música representa el triunfo de lo ligero hecho con maestría por los Strauss, sobre todo, y otros compositores menores como Von Suppé, Zeller, Millöcker y Komzák, este año incluidos en el programa. Representa también el triunfo del genio aplicado a la música como entretenimiento y negocio. Lo más despreciado por los pedantes. Lo amado por el público que durante más de un siglo y medio ha mantenido viva esta música que conserva intacta su capacidad para retratar un siglo de vida europea. No por casualidad Joseph Roth tituló La marcha Radetzky su obra maestra sobre el esplendor y caída del imperio austrohúngaro a través de las tres generaciones de la familia Trotta. Hay lección en esta pervivencia de lo frívolo en principio hecho para nacer y morir en salones de baile, casinos y balnearios.

Johan Strauss padre (1804-1849) y Johan Strauss hijo (1825-1899) representan en Viena, como su coetáneo Jacques Offenbach (1819-1880) en París, el triunfo de la música ligera en la opulenta, burguesa, capitalista, especuladora y brillante -con el estruendoso lujo propio de los nuevos ricos- Europa de la Restauración diseñada en 1815 por el Congreso de Viena que Balzac, primero, y Maupassant, después, retrataron con despiadada maestría. Una época que suena a los valses, polcas y marchas de los Strauss y al Galop infernal del Orfeo en los infiernos de Offenbach que llevó el acanallado cancán a los escenarios. Esas músicas ligeras y comerciales viven hoy, mientras otras que se tenían por puras y elevadas han sido justamente olvidadas.

Volvía a dirigir el concierto vienés Riccardo Muti, discípulo de otro ligero en su día despreciado por la vanguardia musical, Nino Rota, a quien Muti, al frente de la orquesta de La Scala, dedicó dos extraordinarios discos reivindicadores de su genio dirigiendo sus músicas para películas de Fellini, Visconti y Coppola. Entre ellas, volvemos a los bailables del XIX, los galop, polca, mazurca, contradanza y vals que Rota compuso para la fiesta que cierra El Gatopardo. Muti lo hizo, dijo, para hacer justicia a Rota y agradecerle que fuera "el maestro que hizo de mí un músico".

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