Conectividad

Se aproxima un orden indeseable en el que dependeremos aún más de las compañías multinacionales

De acuerdo con los insistentes avisos de los periodistas especializados, la llamada tecnología móvil de quinta generación abrirá la puerta, cuando aún no nos hemos repuesto de la tercera, a la cuarta revolución industrial, que por supuesto será la más decisiva hasta que muy pronto la siguiente convierta en antigualla lo que ahora parece el colmo del desarrollismo futurista. Las noticias que tratan de la buena nueva parecen publirreportajes, no sólo porque mencionan marcas y modelos concretos, con sus enlaces y anuncios asociados, sino porque los encargados de explicar los beneficios del paso adelante actúan de hecho como correa de transmisión de un engranaje que los necesita para vender sus productos. A riesgo de parecer inadaptados o demagógicos, que es la acusación habitual de quienes celebran los desafíos de la innovación hacia los que desconfiamos de sus aspectos más inquietantes, señalaremos que la pregonada era de la conectividad inteligente -el internet de las cosas, las experiencias inmersivas, la domótica y sus aplicaciones nunca vistas- prefigura un orden indeseable en el que dependeremos aún más de los gigantes de las telecomunicaciones y las compañías multinacionales, cada vez más poderosos e inmunes a la supervisión -ellos lo llaman "afán hiperregulatorio"- de los gobiernos que tratan de limitar su dominio. Cualquiera que haya tenido trato con esas compañías, atendidas por trabajadores robotizados -todavía humanos, pero entrenados para comportarse como autómatas insensibles- cuya tarea consiste en eludir responsabilidades hasta desmoralizar al usuario, puede deducir que no están dirigidas por individuos interesados en el bienestar de la humanidad. Parece, sin embargo, que olvidamos las humillaciones o que nos sometemos a ellas encantados, con tal de seguir disfrutando de novedades estupefacientes. A veces los publicistas, acaso conscientes de que su arrobamiento resta verosimilitud a la retórica de los inventores de artilugios supuestamente concebidos para "hacer más fácil la vida de las personas", dedican una o dos líneas a los riesgos derivados del control omnímodo de la información, pero bastan esas pocas palabras para adivinar que nos adentramos, como necios deslumbrados, en un mundo peligroso. Si nos quedara algo de buen juicio tal vez les diríamos a los ingeniosos fabricantes que se guardaran sus sofisticados dispositivos plegables y dedicaran todos los recursos con los que cuentan a resolver necesidades bastante más perentorias. Pero antes, claro, tendríamos que quitarnos las gafas de realidad virtual para ver con los ojos de verdad todo lo que no aparece en los reportajes.

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