Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Conformismo

LOS pájaros de mal agüero se frotan las alas con codicia cada vez que huelen el rastro de un nuevo desacuerdo entre el gobierno y los sindicatos. La posibilidad (remota) de otra huelga general les abre el apetito. Y quien dice general dice de la función pública. La cuestión es que haya protestas, desencuentros, alejamientos y divergencias, que lo malo se encalle y que lo peor empeore, y el camino hacia el poder quede aún más expedito para establecer las nuevas reglas del sistema. Las largas sesiones habidas este fin de semana para desatar el nudo de las pensiones han replanteado la hipótesis del paro. En los medios de la derecha se frotan las manos ante una nueva convocatoria que celebre con el estrépito debido las divergencias entre la presunta izquierda política en el poder y los supuestos sindicatos de clase a costa de la edad de jubilación. ¡Que se coman entre ellos!

Se frotan las manos porque, como ha quedado en evidencia, el encontronazo lleva aparejado un doble triunfo: contra el Gobierno y contra los propios sindicatos. Recordemos la táctica: primero se festeja ruidosamente como una rebelión social necesaria y luego, una vez sobrepasada la fase de la compostura, se carga contra los sindicatos y contra el propio movimiento obrero con una violencia inusitada.

Sería torpe y lamentable que las negociaciones resultaran infructuosas, no sólo por lo que el fracaso tendría de autodestructivo para ambas partes sino por la circunstancia misma del desencuentro: la imposibilidad de alcanzar un pacto que es inevitable. Además, no hay ningún indicio de que una nueva huelga general no volviera a fracasar como la anterior. El ambiente está crudo, pero no más que hace unos pocos meses, y tal como están planteadas las cosas el aumento de la edad de jubilación es irremediable. Con acuerdo o sin él.

Rajoy ha sido más cuco. De lo poco que ha dicho sobre el particular resalta su disposición a no usar una regla general (¡a los 67 por narices!) sino más bien a aliviar las molestias de la urticación con excepciones, es decir, estableciendo diferentes salidas para cada caso: dependiendo de los años cotizados o incluso de la dureza de la profesión. Es decir, aplicando el calzador mejor que el golpe de talón. Y extendiendo en todo caso el sentimiento de resignación entre los trabajadores, sobre todo ahora en que el logro de un empleo es un asunto más vital que la fecha en que se ha de abandonar. Resignación, conformismo y sometimiento. Parece que no hay más salida salvo que la apática tropa de los damnificados tome el palacio de invierno, lo que parece muy improbable. ¿Lo tenemos merecido? Seguramente. Hay que salir del sistema para observar con crudeza el monumental pasteleo de los capitales, pero ¿quién permanece allí fuera?

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