Quousque tamdem

luis Chacón

Conjugando dimitir

EN febrero, Chris Huhne dimitió como ministro de Energía y hace unos días dejó su escaño en los Comunes. Puede que a muchos no les parezca grave que hace diez años, para evitar la pérdida de puntos en el carné, adujera que quien conducía era su entonces esposa. Pero en Inglaterra obstaculizar a un juez es un grave delito y puede que Mr. Huhne acabe en prisión por mentir en algo tan nimio como una multa por exceso de velocidad.

El sábado dimitía la ministra alemana de Educación, Annette Schavan, por la misma razón que empujó en su día a dejar el Ministerio de Defensa a Karl Theodor zu Guttenberg o su escaño a la eurodiputada liberal Silvana Koch-Mehrin; plagiar su tesis doctoral. Lo que los alemanes reprochan a estos políticos es el engaño. Y además, en algo tan valorado socialmente como el esfuerzo personal.

En el caso británico, una niñería le ha costado la carrera a un político prometedor y en Alemania, trampas de juventud han llevado a la dimisión a dirigentes de primera línea. En ambos casos, la justicia actuará si lo exige la ley o lo solicitan los protagonistas. La ministra alemana dejó muy clara su intención de querellarse en su comparecencia ante la prensa junto a la canciller de la que, además, es buena amiga.

Podríamos llenar no sólo esta columna, sino el periódico entero con ejemplos de dimisiones similares. Pero siempre tendríamos que referirnos a terceros países. En el caso de España quizás pudiéramos completar el anverso de un pósit, eso sí con la letra grande. La resistencia de nuestros políticos a dimitir se basa en un evidente error de apreciación. La dimisión no supone una confesión judicial. Sólo es un ejercicio de responsabilidad. La representación política, en democracia, se basa en la confianza que los dirigentes ofrecen a sus conciudadanos. Y la confianza es como un jarrón de porcelana, que si se hace añicos es irrecuperable y en los casos en que puede recomponerse con pegamento, maña y mucho mimo, se nota. Y ya nunca será el mismo jarrón que presidía el salón de nuestra casa y del que nos sentíamos tan orgullosos. La confianza se gana en años y se rompe en un instante, es así de delicada.

Quizás haya también un componente atávico, casi numantino. Esa idea de resistir hasta el final es un tanto estúpida y desleal con la ciudadanía y hasta con los propios compañeros de partido. Por todas esas razones, la ministra de Sanidad debería dimitir.

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