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Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Constitucionalismo

Son bastantes las voces que exigen un nuevo marco constitucional al entender que el actual está caduco

Una Constitución es el marco jurídico de convivencia que se da una sociedad. Como las realidades sociales cambian, casi todas incluyen procedimientos de reforma. Digo casi todas porque, entre las españolas, algunas lo obviaron. Sus redactores las creyeron perfectas e inmutables. Con honrosas excepciones, como ocurrió en el 78, las nuestras han sido redactadas por unos contra otros. Quizá por eso, nuestro constitucionalismo ha sido casi perennemente constituyente.

De un tiempo a esta parte, son bastantes las voces, sobre todo entre la izquierda y los nacionalistas -aunque también se ha sumado Vox defendiendo la supresión de las autonomías- que exigen un nuevo marco constitucional al entender que el actual está caduco. Aunque más bien, parece, sencillamente, que no les gusta. Lo cual es perfectamente legítimo. Entre los argumentos más utilizados, sobre todo entre la izquierda respecto a la monarquía, está el de que la mayoría de los españoles vivos no la hemos votado. Algo habitual en muchas constituciones que superan el siglo de vigencia. De todos modos, habría que recordarles que la Constitución se vota cada vez que vamos a las urnas convocados según el procedimiento, y eligiendo a las Cámaras tal y como la propia Constitución establece y además, ningún partido ha hecho nunca bandera de su reforma en el programa electoral ofrecido a la ciudadanía.

Ser constitucionalista es defender las reglas de convivencia -y también de reforma- establecidas en la Carta Magna. No convertirla en las Tablas de la Ley revelada por Dios, ni reducirla a un mero reglamento, como si fuera el Código de Circulación, que puede cambiarse cuando le venga en gana al gobierno de turno. Una democracia madura se erige sobre unos principios básicos que se modulan con el tiempo. Por eso, a veces es necesario modificar el modo de aplicarlos para que sean eficientes. Como las Constituciones están pensadas para perdurar, el modo de adaptarlas es la reforma, no el borrón y cuenta nueva. Pero parece que cada facción política pretende imponer su forma de estado y de gobierno, su modelo económico y territorial y hasta su mundo ideal, sin asumir que otros piensan distinto y defienden otras utopías. Hace más de cuarenta años dieron solución a ese dilema. Le llamaron consenso y consiguieron plasmarlo en una Constitución. Sería mejor imitarlos y reformarla, siguiendo el procedimiento, y en lo que sea realmente necesario.

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