El lanzador de cuchillos

Conversación en la catedral

Nadie podrá decir que doña Sofía no sabe guardar la compostura cuando se le hace un desaire

He perdido la cuenta de las veces que he visto en la tableta la famosa jugada. No, la del centro de Carvajal y la chilena estratosférica de Cristiano, no, que esa también. La otra, la del desencuentro regio en la catedral de Palma, la del domingo de resurrección que se montó el cirio pascual a la salida de misa.

Cuando el obispo de Mallorca -la cuota talar del célebre trío soberanista Rull, Turull y Taltavull- pronunció el tradicional "podéis ir en paz", no es descabellado pensar que en lo más hondo de su alma estelada albergase la esperanza de que sucediera lo que acabó sucediendo; eso que otro ilustre clérigo nacionalista, aunque de distinto signo, definió con precisión de relojero como "el follaero de María Santísima".

Como, a estas alturas, ustedes habrán visto la escena tantas veces como yo, no hará falta que les describa el marcaje que le hizo la reina Letizia a su homónima emérita para evitar la foto de marras con las niñas, del que la correosa griega intentó zafarse agarrando a sus nietas por los hombros y basculando a izquierda y derecha como si estuviera colocando la barrera ante una falta de Messi al borde del área.

La cosa fue cogiendo mal color y acabó, definitivamente, como el rosario de la aurora, pero nadie podrá decir que doña Sofía no sabe guardar la compostura cuando se le hace un desaire. A mí se me habría descolgado la cara más que al Viejo Joe, el dromedario que posó como modelo para el paquete de Camel. Ella, en cambio, apenas torció el gesto tras el desplante: cincuenta años soportando infidelidades son, sin duda, un adiestramiento formidable. La cuestión es que Letizia le echó un pulso y la reina madre se lo dobló - o, al menos, se lo aguantó- ante la atónita mirada de su hijo Felipe y el desconcierto del rey Juan Carlos. Y todos nos lanzamos a celebrarlo en nuestros muros de facebook, sin caer en la cuenta de que Letizia será un pelín borde y habrá metido la pata, pero nunca ha metido la mano, como sí hicieron algunos miembros -naturales y políticos-de la familia de su marido, de los que intenta tener alejada a la heredera, por el futuro de España y de su monarquía constitucional. Ha escrito Rafa Latorre que el pueblo quiso una reina plebeya y, cuando la tuvo, jamás le perdonó que lo fuera. Como sabemos, la envidia es un pecado que sólo se da entre iguales: por eso adoramos a Sofía, monarca con pedigrí, y no le pasamos ni media a la nieta del taxista.

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