Mar adentro

Milena Rodríguez / Gutiérrez

Copiar

ESPAÑA es el país de la picaresca, como todo el mundo sabe, y el pícaro, bien lo ha escrito Juan Carlos Rodríguez, es ese personaje astuto que recurre a la argucia y la treta para conseguir lo que busca, pero también a la discreción y a la prudencia. En el mundo de la Educación (Primaria, Secundaria, Preuniversitaria y Universitaria), el estudiante pícaro es aquel que, como se dice en este país, copia; pero copia haciendo ver que no lo hace; es decir, finge que sabe de memoria lo que nunca ha aprendido, o se apropia con habilidad de las ideas ajenas haciéndolas pasar por suyas.

Al menos, así era la figura del pícaro estudiantil hasta hace algunos años. Ayer este periódico publicaba un reportaje sobre cómo copian los alumnos en estos tiempos. El reportaje se publicaba bajo el nombre de El fino arte de hacer trampas. Su sola existencia era ya un indicador que viene a demostrar que las cosas han cambiado bastante en este terreno de la picaresca estudiantil. Por otro lado, las mencionadas "trampas" muy poco tenían de finas. El reportaje era muy guay (creo que así se escribe esta moderna palabra): relataba que a varios alumnos de un instituto se les habían pedido redacciones con el siguiente tema: Cómo copian las nuevas generaciones. Con gran desparpajo, los alumnos, estudiantes de la ESO, relataban con lujo de detalles y sin el menor asomo de vergüenza, lo que supuestamente debería hacerse con prudencia y discreción. En una de las redacciones, un alumno escribía: "La primera vez que copié fue fantástico. Me escribí un examen de Lengua de 2º en la pierna. Me puse muy nervioso, mucha adrenalina". El periodista, por su parte, parecía seguirles la corriente o, incluso, alentarles, con un tono entre jocoso, festivo y divertido.

Vivimos en una época donde ha quedado olvidado ese viejo término llamado pudor, ese concepto antiguo que el diccionario define como honestidad, modestia, recato; ha desparecido el espacio de lo privado y ahora todo es público y más que público, mediático. Todo se puede preguntar y todo se puede responder; y hay que decirlo públicamente; todo el mundo cuenta cómo folla; cómo engaña a su mujer, o a su marido; cómo y por qué se peleó con su madre o con su padre; cómo copió en el examen de turno.

Vivimos en una época antifreudiana, o postfreudiana (dirán los que saben); se han acabado las represiones sociales, sexuales, morales. No hay ya nada que reprimir: todo está permitido y, además, debe ser gritado bajo pena de ser visto como demodé. Hasta la picaresca, en fin, se ha vuelto postmoderna.

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