La Corrida electoral

En el ruedo del debate de anteayer no había 'morlaco', por lo que intuí que se trataba de un modo de 'corrida de salón'

Aunque he tratado de zafarme de los rigores tremendos de esta precampaña y campaña electoral andaluza, la realidad es que escapar del todo es absolutamente imposible. A uno lo persiguen por tierra, mar y aire, como mayorales con garrocha a campo abierto. Y es que, en realidad enorme empeño ponen, pues del escaño vive esta mimada ganadería...

Después de la disolución del Parlamento de Andalucía que decretó, hace unas semanas, doña Susana -la Niña del Pesoe- ante la imposibilidad de poder aprobar unas cuentas para el año que viene y la soledad a que la condenó su, hasta ayer, pareja de cartel -Peregrino de Ciudadanos- escuché poco la radio -que se pone, en estos casos, zafiamente pesada y pertinaz, como aquellas sequías que perseguían a Franco en vida- y procuré ver poco la televisión, salvos sean algunos programas de naturaleza cultural que, aunque siempre algo manipulados por la inquieta izquierda, metidos ya en campaña pueden ser una cierta solución al tedio circundante. Así pude liberarme de la primera ronda y enfrentamiento de los cuatro candidatos que, con actual representación parlamentaria, sí consiguieron hacerme la encerrona en nocturnos corrales anteayer. Pude haberlo evitado, sí, pero me pareció caso de conciencia, sin serlo, claro está. Por una vez… Así que me acomodé en un sofá, me puse una cenita ligera y escuché a los cuatro, con verdadera atención y estoica apostura y voluntad.

Al parecer, sus respectivos jefes de gabinete -avispados mozos de espadas- se habían repartido los tiempos previamente. El orden de intervención, igualmente, estaba preestablecido y del mismo modo el diestro -o siniestro- que comenzase y el que acabase cada una de las tres rondas. Todo quería ser ceremonioso, litúrgico, casi, como en los tiempos sucesivos de una corrida de toros en el reparto de las distintas suertes. Sin música. ¡Ah!, eso sí, sólo el monotono de los volapiés a los que algunos -o todos- nos tienen acostumbrados.

No había morlaco en aquel ruedo. Por lo que intuí que se trataba de un modo de corrida de salón, ni siquiera un torillo de madera con rueda de bicicleta. Cuando me percaté, consternado casi, de que el toro éramos, en esos momentos, los sufridos votantes espectadores que aparecemos en el graderío o censo andaluz.

Pero luego, el día 6D, el estoque -ese que es de verdad y que entra frío y luminoso en la urna- sólo lo tenemos nosotros. Por una vez, cada cuatro años. A ver si aprendemos ya -y después de casi cuarenta años- a parar, templar y mandar, que falta hace, ¡maestro!. ¿O no?

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