palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Cristina

LOS encargados de elaborar la candidatura al Ayuntamiento de Granada del Partido Popular definitivamente no estuvieron afortunados. Como se suele decir, la lista la hicieron con los pies. Primero tuvieron que apear a la número quince, María del Carmen López, porque hasta pocos días antes había sido militante activa del PSOE y ahora, a unas jornadas de la toma de posesión, han despedido con lágrimas de cocodrilo a la flamante concejal de Juventud (divino tesoro), Cristina Almagro, tras ser condenada a veinte meses de cárcel y a una multa de 3.600 euros por falsificar documentos para hacer carrera (¿en nombre del PP?) en la asociación de vecinos del Albaicín. Feo, muy feo asunto. O bien al PP le faltaron mujeres para rellenar su lista y la presidencia decidió arriesgarse a usar a dos personas contaminadas o directamente desconocía con quiénes trataban, Yo me inclino por la primera opción. El PP ha sido tan afortunado con los jueces que quizá pensó que también en este caso la suerte judicial (que es una cosa extraña) se aliaría con el partido. Pero no fue así.

Como suele ser habitual en estos casos, el alcalde y sus concejales se han limitado a subrayar que la ex concejal se va para "defenderse mejor" (?) y no como en otros partidos (es decir, entre los socialistas) donde los condenados continúan en sus puestos. Por supuesto, ni una palabra de Valencia, donde hay ejemplos ilustres sobre la honradez. La manida artimaña retórica para despedir con oreja y rabo a los políticos non sanctos es una mentira moral. Cristina Almagro no se va para defenderse sino porque ha sido condenada en primera instancia y sobre ella pesan importantes elementos de prueba.

Toda esta solidaridad moral con los reos propios y la complacencia con que reconocen los partidos las condenas de sus militantes han convertido a la clase política en uno de los problemas principales de la democracia. Pero casi nadie se da por aludido. El concejal Juan García Montero dijo, un día después de conocerse la sentencia contra Almagro, que la ex concejal de Juventud es "todo un claro ejemplo de honestidad y servicios a los ciudadanos". Vamos, que no la sacan en procesión y la pasean por la calle Ganivet como una dolorosa porque no da tiempo. Cómo casan los veinte meses de prisión con la honestidad es un misterio que no hace falta aclarar. La inmoralidad de la conducta política es tan profunda y está tan afianzada en la retórica cotidiana que se puede mentir con descaro e impunidad o elogiar la conducta de los réprobos sin asomo de vergüenza. Pero si sonrojante es ese proceder no menos abyecto es el juicio moral de una parte del electorado que considera pecadillos ligeros el comportamiento de sus representantes.

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