En poco más de un mes se cumple un año de aquel 14 de marzo en el que todo se detuvo por completo. Un año en el que hemos pasado un confinamiento duro, una serie de medidas restrictivas que iban amoldándose según los datos -y los intereses- y una tercera ola que, como las anteriores, está dejando a su paso un gran rastro de muertes, contagios y secuelas. Sin embargo, todavía hay quienes creen en esa frase de "yo soy inmortal hasta que se demuestre lo contrario", y tienen a bien estar en sitios en los que comprueban que no se respeta ni el aforo ni la distancia de seguridad. Así se ha visto esta semana en la capital, pero también se ha ido comprobando en toda la provincia con desalojos por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de establecimientos de hostelería. No es justo que paguen todos por culpa de algunos, desde luego que no, como no lo es que el dueño de un bar haga un ejercicio de egoísmo que perjudica precisamente a su sector; pero tampoco lo es la hipocresía personal de cada uno que decide quedarse ante este tipo de situaciones. La conciencia social... ¿Existe?

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