Qué duda cabe, a estas alturas, que el feminismo se ha ganado un lugar en las agendas políticas y en el espacio social. Empezando por las multitudinarias manifestaciones y movilizaciones de los últimos años (desde el Tren de la Libertad y el 7-N para acá) hasta la querella desestimada contra el Gobierno del país o el debate, a ratos cruento, sobre el sujeto del feminismo. Y no parece que tanto debate, tanta polémica, tan duros enfrentamientos sean fruto del azar. Más bien parece que el empuje de un movimiento social que está poniendo en cuestión algunos de los mantras del sistema político y económico neoliberal está detrás de tanto mar de fondo.

Mientras las mujeres (y en este término incluyo también a las personas que han optado por serlo) siguen estando discriminadas, siguen siendo menospreciadas, siguen siendo violentadas o asesinadas por la única razón de su sexo, mientras eso ocurre estamos empezando a enfrentarnos unas feministas con otras por cuestiones que, en algunos casos, rozan lo incomprensible.

Y no es que no sea necesaria una acertada conceptualización para realizar una acertada acción política (como acertadamente afirma Celia Amorós), pero esa conceptualización no puede llevarse por delante la indispensable acción común del feminismo frente a los ataques del patriarcado, aún tan presente pese a los avances ya conseguidos. Los datos hablan: qué número de mujeres ocupan los puestos de responsabilidad incluso en sectores muy altamente feminizados, cuál es la presencia de hombres en trabajos relacionados con los cuidados, la innegable permanecía de estereotipos de género en la publicidad, la música, el cine, las diferencias salariales, el número de feminicidios,… Y las nuevas/viejas formas de cosificación: la prostitucion, la pornografia, los vientres de alquiler, la hipersexualización de las niñas,…

En el duro debate que se ha abierto en nuestro país entre "feministas radicales" y "transfeministas" (usando términos que nos pueden acercar a un complejo escenario, pero que inevitablemente lo simplifican y banalizan) es muy importante el sosiego: las discrepancias pueden aportar profundidad y madurez, pero también pueden, a poco que nos dejemos llevar por la visceralidad, tener graves efectos colaterales. La fractura y, en consecuencia, el debilitamiento de un movimiento con el empuje actual del feminismo es el primer y más grave de esos efectos, pero no el único. El abandono de las causas que realmente deben ocupar la lucha feminista es otro de esos efectos. Iniciar una fractura en la coalición que ahora mismo gobierna en este país es también uno de los daños colaterales. No nos lo podemos permitir.

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