La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

¿Democracia?

Lo que no quiero es que mi derecho a voto en las urnas me lo sustituyan por escraches particulares y huelgas generales

Debe de estar en franca decadencia esa democracia consistente en permitir el sufragio universal, libre, directo y secreto, cuando los que pierden se manifiestan contra los que ganan porque, simplemente, no son de los suyos.

Yo no soy partidario de votar a aquellos que no están en consonancia con mi credo ideológico, ni creo que lo vaya a hacer nunca. No me gustan personajes como Donald Trump o Pablo Iglesias. Es justo lo que les pasa, aunque al contrario, a quienes piensan distinto que yo, en este bosque de partidos, ahora tan afortunadamente plural y variopinto.

Tengo la sana costumbre, presumo de demócrata, de aceptar lo que manda el recuento autorizado urna a urna, que dice lo que el pueblo ha elegido entre lo que se presentaba. Pero, pasado el recuento, jamás reprocharé a nadie que votara distinto a lo que yo hiciera. Lucharé para hacerle cambiar su elección en la próxima ocasión. De eso se trata, ¿no?

Entre los años que llevo vividos he pasado muchos más disfrutando las mieles y los valores de la libertad en toda su extensión (bueno, quizá no en toda su extensión pero sí muy abundante), que los que me ocuparon la dictadura que Franco impuso tras su victoria en aquella insoportable guerra. Creer en la democracia, para mí, por tanto, no va a ser ahora un defecto.

A mí no se me ocurriría, denlo por seguro, ir a tirar piedras contra los cristales del coche del político que gana, sea quien sea, o contra los funcionarios de policía que defienden la autoridad que el mismo representa. Ni siquiera lo haría hacia el cielo azul en campo abierto, para domar mi rabia sin daño a nadie. No es mi estilo usar la intolerancia cuando no ganen quienes yo voté y quisiera haber visto ganando.

Es muy difícil entender que en este mundo libre que nos hemos dado en las democracias occidentales haya quien sea capaz de votar aquellas opciones que intentan imponer o señalar a unas razas por encima de otras; o a quienes quieren que, a través de sus postulados, o de su religión, volvamos a la Edad Media. Me resulta raro y extraño que aún hoy haya quien pueda estar de acuerdo en que su voto vaya destinado a alguien que ejerce su misoginia sin pudor alguno; o de cuyas bravatas y posturas uno sólo puede obtener vergüenza ajena.

Pero ante todo, y a pesar de todo, lo que no quiero es que mi derecho a voto en las urnas me lo sustituyan por escraches particulares y huelgas generales. No es mi intención aceptar que donde hablen las balas, los cócteles molotov, las piedras y los petardos, callen las urnas como armas contra esa tiranía del sometimiento a lo políticamente correcto. La democracia no puede abandonar la tolerancia. Y usted que lo lea.

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