Descreídos

Lo que más me sorprende es que todas esas quejas, laicas y civiles, suelen estar vacías de alternativas

He venido encontrando, en días pasados, más de una columna de opinión firmadas por personas ilustrísimas y con renombre, cuyo objetivo era la queja por cómo se celebraba lo que se celebró la semana pasada. No sé muy bien qué calificativo poner a esas quejas, quizás valga decir que eran quejas laicas o quizás civiles, no me atrevo a ponerles el calificativo de quejas ciudadanas. Eran, en todo caso, quejas que me recordaban a esas canciones que solo escuchamos, precisamente, en la pasada semana.

Valga por delante que, dada mi edad, he visto como la pasada semana se ha ido transformando de unos días en los que no había nada que hacer, salvo asistir a unas larguísimas ceremonias, hasta convertirse en una especie de fiesta gastronómica con cuadro artístico de fondo. Esta denominación, disculpen, no intenta insultar a nada ni a nadie; tan solo describe los muchos lugares y situaciones en que he comprobado, con mis propios ojos, cómo cientos de personas saboreaban nuestras famosísimas tapas y bebían alcohol, mientras a no más de cinco metros en liso y a unos cuatro metros de altura pasaban hermosísimas tallas de madera, bordados de oro y otras manufacturas artísticas de gran valor.

Podría compartir que es una barbaridad la de medios humanos, económicos y de todo lo que quieran añadir que se utiliza para organizar todo el tinglado de la pasada semana. Y claro que eso lo pagamos entre todos los contribuyentes, y en muchos sitios donde las arcas munícipes están tan arruinadas (o casi) como en nuestra querida ciudad. Y me pregunto dónde irán los miles de quilogramos de basura, desechos gastronómicos, que han generado los miles de otros ciudadanos y ciudadanas que han ocupado, casi llenado, todo el tinglado organizado aquí, y en otros muchos sitios de esta tierra que tiene la semana pasada más hermosa de nuestro país. Podríamos seguir preguntándonos por los miles de puestos de trabajos generados; puestos efímeros por los que se quejarán los sindicatos obreros. Todo con tono rasgado y perdido. Lo que más me sorprende es que todas esas quejas, laicas y civiles, suelen estar vacías de alternativas o se llenan de vocablos casi piadosos. Curiosa forma de llenar el vacío de creencias que impregna a nuestra opulenta sociedad.

Dentro de tres semanas pueden volver a repetirse las mismas quejas cuando en Granada celebremos otra fiesta donde el cuadro artístico de fondo tendrá el mismo símbolo, aunque la música esta vez será más alegre y estoy seguro que con más decibelios. Vale.

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