Mirada alrededor

juan José Ruiz Molinero

Descreídos

EXCEPTO los niños que siguen creyendo, por la cuenta que les trae, en los Reyes Magos que mañana desfilarán por todas las ciudades españolas, y cuya fiesta de ilusión hay que darle la importancia que merece porque, al fin y al cabo, es la que nos marca para toda la vida y siempre se ha dicho que la ilusión es lo último que se pierde, pocos pueden dudar que el descreimiento es un fenómeno generalizado que se acentúa día a día. Siempre he creído positivo un alto grado de escepticismo en la sociedad, que de esta manera es más impermeable a sufrir las garras manipuladoras de los mandatarios de turno, de los grupos de presión y de todo género de propaganda tejida a su alrededor que como una tela de araña acabará devorándola.

Ya sabemos que muy pocos confían en los políticos, considerados exageradamente como el tercer problema del país, de cuyo rechazo no están ausentes los representantes de una Europa secuestrada; tampoco la gente cree demasiado en los líderes económicos, sindicales y hasta espirituales; en los medios de comunicación -algunos programas televisivos son un auténtico atentado contra la inteligencia del consumidor que, aunque se acepte que es baja, merecería cierto respeto-. Ni siquiera se salva de ese descreimiento el espacio más reducido y selecto de la cultura, constituido por una elite altanera y distanciada de las preocupaciones de la sociedad, que muchas veces está más atenta a su egolatría y a sus inmediatos beneficios, que a la alta función social que le correspondería como conciencia crítica de la misma.

Así que no creo que con este bagaje de sombras, alejamientos de la gente por todo o casi todo, este año que acabamos de inaugurar nos traiga nada nuevo que quiebre esa tendencia de desconfianza. La política democrática, que es un valor fundamental en las sociedades, está tan deteriorada que es irreconocible. No hay líderes políticos, hundidos a fuerza de engaños sucesivos y fracasos inconmensurables que han afectado, sobre todo, a lo más débil de la sociedad. Así que si tampoco podemos confiar en nosotros mismos, porque nos vemos impotentes para solucionar nuestros problemas más vitales -el de subsistir, por ejemplo-, ya me dirán en quién o quienes podemos creer.

Hemos perdido el pulso, pero algo habrá que hacer para no asistir a otro año más en la misma tendencia negativa. Políticos, economistas, agentes culturales, o comunicadores no parece que estemos preparados para deshacer ese muro contra el que se estrellan muchas ilusiones, porque, entre otras cosas, en poco tiempo hemos retrocedidos décadas en igualdad de oportunidades y hemos agrandado el espacio de las diferencias sociales.

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