Mirada alrededor

Juan José Ruiz / Molinero

Después de la traca

HAY un antes y un después, tras quemarse la traca que pone punto y final a las fiestas del Corpus granadino. Una fiestas que, con el paso del tiempo, se han limitado a los aspectos lúdicos, ruidosos -¡cómo abominaba Falla de los ruidos del ferial que le subían hasta su monacal carmen de la Antequeruela!-, caseteros, con sus comandas a mediodía, bajo el implacable calor de las lonas, polvo hasta las cejas y bailes por sevillanas. Desterradas las ofertas culturales -teatro, de todo género, desde los autos sacramentales en la Catedral, a los dramas de Camus, o los conciertos del Corpus que serían el germen del Festival-, sólo nos ha quedado alguna exposición notable, como la del VIII Concurso de Dibujo de la Real Academia de Bellas Artes, o los toros.

Por fortuna, para algunos, y con nostalgia para muchos, el Corpus ha terminado. Seguramente el aspecto tercermundista que hemos mostrado en sus lugares más céntricos, como Puerta Real, donde la masiva invasión de los top mantas -aprovechando que los municipales, tantas veces tomados a pitorreo, bastante tenían con mantener el orden en el ferial- ha llegado a reducir a dos metros los pasillos por los que podía transitar la gente en la Acera del Casino. Tampoco parecía propio de una ciudad europea el alarde de pintadas en todas y cada una de las calles granadinas, incluido, naturalmente, el Albaicín, y tantos y tantos monumentos mancillados.

La traca final ha puesto algo de orden -no mucho- en una ciudad ebria en todos los sentidos. Por fortuna hemos guardado los trajes de faralaes y los sombreros anchos para saborear otros tramos culturales de cierta solvencia. Por ejemplo, cerramos hoy el certamen de Cines del Sur, con muestras importantes de las cinematografías de Asia e Hispanoamérica. Y el próximo día 26, comienza la 58 edición del Festival Internacional de Música y Danza, la más relevante oferta cultural de Granada.

Tendremos tiempo de hablar de este último certamen, al que he dedicado, nada más y nada menos, cincuenta años, sin interrupciones o descansos, como crítico y comentarista. Nos encontramos con la otra cara de la Granada cultural, entroncada en lo mejor de su esencia -su pasado arquitectónico, sus huellas de alturas civilizadoras, sus aportaciones al mundo oriental y occidental- y lo haremos, como siempre, con la emoción, la esperanza y el afán de sorprendernos o de reavivar la calidez de unas jornadas vividas entre las filigranas de la Alhambra o el eco de nuestra propia historia.

Son otros momentos. Granada es múltiple, como cada grano del fruto. Y cada uno tiene un sabor diferente. Gocemos de ellos, con cuidado de no atragantarnos. Ahora la traca no es de ruidos -a veces sí-, sino de música, de voces que llegan al corazón, de cuerpos en movimiento, en las diversas formas de expresión artística del ser humano.

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