Diego Martínez Penas

Gracias Diego por lo mucho y grande que recibimos de ti. Como dicen los argentinos, que te vaya bonito

La tarde no promete nada. Hablar de indultos, de arrepentimientos; o de Sebastián y su órdago o brindis al sol, nunca se sabe; o de nuestra tierra como espacio de chantajes donde como siempre son andaluces los perjudicados: el miércoles la LISTA, mañana Sanidad y pasado… pasado seguirá lloviendo como hoy. Hay días donde el circo no merece la pena…

Enseñar. Se puede enseñar de muchas maneras, de muchas formas. Explicar, conectar, modelar, entender, ayudar, cambiar, relacionar, transformar, decidir, pensar, memorizar, madurar, enfrentar, conectar, practicar… acciones y acepciones cercanas al proceso de transformación humana -hay muchas más-, a las que encuentra cabida una palabra que todos usamos pero casi nadie rellena. El consuelo quizá sea la propia vida, la de cada uno, la que a diario muestra que no hace falta ser profesor, ni ejercer en un colegio, ni siquiera dirigirse a nadie con esa intención. Basta entender que algo pudimos enseñar en el ejemplo de lo que tu vida propone a los demás.

La ventaja de este enseñar es que no necesitamos púlpitos, ni exiguas declaraciones, ni grandes aspavientos que denoten la superioridad con que uno ejerce y propone ejemplos. En ocasiones, basta la timidez y el enroque natural de un gallego que pretendió decir algo entre andaluces. Hablo de fútbol y un tal Diego. A veces el fútbol es más que una pelota. A veces el fútbol es más que un VAR, o un fuera de juego, o una semana entera de discusiones. De Madrid a Barcelona. A veces puede ser encuentro, superación, humildad, equipo, respeto, y, más que todo, por encima de todo, calidad humana. Mucha calidad humana. Y para ello no son necesarias palabras. Basta con ser uno mismo. Basta con ser Diego.

Hasta en dos ocasiones compartí mesa y mantel con él. Hasta en dos ocasiones renuncié a hablar de pelota, de campo de juego, de Europa League, de veintidós jugadores, de árbitros, de puntos y hasta de emociones. Nos dedicamos a hablar de niños, de crecer, de madurar, de lo que un deporte tan profesionalizado refleja en ellos como identidad futura. Verán. Podíamos haber inundado la noche de frases bonitas que llenaran el concepto educar. Podíamos haber hablado de prácticas deportivas, de valor de equipo, de juego en conjunto. Pero no. No dijo nada de eso. Diego, entre plato y plato, habló de honestidad. De honestidad. Nada más.

Al principio no le encontré cabida literal. Lo recibí entre disperso y equivocado, desencajado y sin saber cómo acomodarlo al valor de enseñar. Han sido sus años de entrenador, sus declaraciones, su vida, su propuesta de ser sin desviarse apenas un milímetro, quienes terminaron descubriéndome el valor de la honestidad como la mejor herramienta para madurar y crecer. Honesto con los demás, por supuesto, pero más que eso, honesto consigo mismo, con su trabajo, con su identidad, con su propia felicidad personal. No sé aún lo que le deparará el futuro, si seguirá entre nosotros o si por el contrario, legítimo también, acogerá mejores ofertas. Lo único que sé es que aquella expresión no se me olvidará.

A la mañana siguiente, hablé a mis hijos de honestidad. No importa lo que seas o cómo seas, si siempre, sin renuncias, eres honesto contigo. Gracias Diego por lo mucho y grande que recibimos de ti. Como dicen los argentinos, que te vaya bonito. Tan bonito como un gallego, tímido y reservado, debe haberle reservado una vida regada de honestidad. Y de pasión por el fútbol, también. Porque esa noche Diego, también hablaste de fútbol…

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios