Discursos

No es verdad que la historia de España sea la más triste, afirmación un tanto presuntuosa

No esperamos de nuestros políticos que sean hombres o mujeres especialmente sensibles o cultivados, sino que sepan dejar de lado los intereses particulares y las veleidades sectarias para trabajar por el bien común. Bastantes de los mejores que hemos tenido no eran o son lectores habituales ni sabían o saben de literatura mucho más de lo que aprendieron en los años escolares. De nada sirven los bonitos discursos si no acompaña la acción y los primeros, que suelen ser redactados por asesores especializados, los llamados speechwriters, no bastan por sí solos para sustentar una trayectoria. No nos parecen por lo tanto tan graves, aunque sean clamorosos, los recientes errores del presidente del Gobierno y del líder o aspirante a líder de la oposición, a los que no se les paga para que nos hablen de George Orwell o de Jaime Gil de Biedma. Habría que ver cuánto saben de ellos algunos de los periodistas que se han llevado las manos a la cabeza, como si los problemas del país dependieran de la cultura literaria de los políticos y sus escribidores, a menudo penosa, en efecto, pero sobre todo irrelevante. Una de las mejores ediciones en castellano de los ensayos de Orwell, por cierto, disponible en Debate, fue prologada entre nosotros -Un hombre decente, era el justo título- por la misma persona, entonces en otro partido, que le escribió al resistente su famoso manual, publicado sólo seis meses después de llegar a la presidencia del Gobierno. "Yo hice el libro", aclaró, "pero su autor es el presidente", misteriosa afirmación que no interfiere con el hecho de que esas páginas suyas y no suyas sean mera propaganda. Respecto a la conocida sextina de Gil de Biedma, parcialmente musicada por Paco Ibáñez, que el presidente atribuyó a Blas [de] Otero, Apología y petición, pueden recomendarse las glosas que le dedicó el propio autor en una conferencia, La imitación como mediación, o de mi Edad Media, pronunciada en un seminario dirigido por Francisco Rico en 1984, precisamente, que fue recogida en un hermoso volumen de Trieste, Edad Media y literatura contemporánea, y después en la recopilación de ensayos del poeta, El pie de la letra. Explica ahí Jaime Gil que eligió las palabras que se repiten al final de los versos en todas las estrofas, es decir España, demonios, pobreza, gobierno, hombre e historia, por ser poco poéticas, y lo cierto es que el poema funciona, sin ser de los mejores del autor de Moralidades. Ahora bien, ni es verdad que la historia de España sea la más triste -afirmación un tanto presuntuosa- ni lo es que siempre termine mal, por más que los españoles, hoy como ayer, nos empeñemos como bellacos.

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