Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Disruptivo 'Low Cost'

Una camiseta clónica, comprada por miles de personas, puede servir para reforzar tu autoestima, sin libros de autoayuda

Hace años, mis alumnos del instituto de Íllora, guiados por su profesora de Literatura, Isabel Prades, recogieron en toda la comarca romances de boca de mujeres que se sabían de coro La mora cautiva, coplas sobre Mariana Pineda o el Clara soy, Clara me llamo, el romance de una mujer virtuosa que enturbia las limpias aguas de su virtud con un adulterio. Entonces comprendí que las mujeres habían sido las reinas de la oralidad pero que, seducidas por la escritura, habían bajado la guardia y se habían dejado ganar por ella: reinas de la oralidad, esclavas de la escritura. De ser dueñas de una poderosísima herramienta de poder y de control social (el lenguaje oral), habían pasado a ser colonizadas por la escritura varonil. Algo muy parecido a lo que describe el antropólogo africano Hampâte Bâ (19001-1991), a propósito de la oralidad de los pueblos colonizados por los europeos. Arrasaron los colonizadores una oralidad riquísima, imponiendo libros sagrados y códigos escritos ajenos a las culturas vernáculas en las que, cuando moría un viejo sabio, era como si se quemara toda una biblioteca. En nuestro país, coexistieron hasta las 80 narradoras orales y escritoras que, al principio, escribieron con caligrafía varonil. Superando en ocasiones la buena letra de mucho escritor encumbrado. Este fue el caso de Carmen Laforet, autora de Nada, una novela impresionante, que, a mi juicio, es la mejor novela de la inmediata postguerra, muy superior a La Colmena de Cela, que obtuvo mayor reconocimiento. En aquella recogida de romances, recetas, remedios de sanación, consejas y refranes, hubo algo que me chocó: las generosas informantes, cuando soltaban el refrán más corriente, solían apostillar: "Como yo digo". "Más vale pájaro en mano", sentenciaba una de ellas, "que ciento volando". Y remataba: "Como yo digo". "Y como dicen", pensaba yo, "cientos de miles de hablantes". ¡Mira por dónde, ayer, en el Decathlon, comprendí el sentido de ese raro "como yo digo"! La señora del refrán con esa frase estaba costumizando, personalizando, haciendo suyo algo que pertenecía al común de los hablantes, de la misma manera que yo, al solicitar a la dependienta del Decathlon que me grabara en una camiseta clónica la frase: "Disruptivo, Low Cost", quería significar que esa prenda, ungida ahora por mi mis efluvios personales, había dejado de ser vulgar.

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