Doscientos mil años

Una federación local de petanca es más importante para el bienestar de la humanidad que el Gobierno catalán

Voy caminando por la calle, pensando en algún tema para escribir, y no me decido entre la crisis del Gobierno catalán o el apasionante tema de los Presupuestos. Pero el Gobierno catalán me da mucha pereza, y si lo pensamos bien, cualquier federación local de petanca es más importante para el bienestar de la humanidad que el gobierno catalán y sus tristes vicisitudes. Por lo tanto, tema descartado. Por otra parte, los presupuestos suicidas del Gobierno Frankenstein -con una recesión en marcha y unas previsiones de ingresos totalmente disparatadas- también darían para un artículo, pero el tema es aburrido y complejo, y además estoy seguro de que habrá comentaristas en estas mismas páginas que lo sabrán tratar mucho mejor que yo, así que desisto. ¿De qué puedo hablar, entonces?

Y en esas, mientras busco un tema, me topo con un grupo de niños que salen del colegio. Uno de esos niños, de unos siete años, va caminando de la mano de su padre, y el azar -que hoy ha sido generoso- me lo ha colocado en la acera justo delante. Durante uno o dos minutos, ese niño camina por delante de mí y puedo oír lo que dice, porque parece que va hablando solo. "Yo me voy a morir -dice el niño- cuando tenga…" De repente me entra la angustia. ¿Cómo es posible que ese niño esté pensando en la muerte? Pues sí, eso parece.

"Yo me voy a morir cuando tenga…" El niño repite la pregunta, pero ahora introduce una pausa mucho más larga, porque debe de estar haciendo sus cálculos mentales y no encuentra una cifra que le convenza. La pausa se extiende hasta que el niño por fin concluye la frase: "Yo me voy a morir cuando tenga… 1.400 años". El padre no parece escucharle, porque está claro que este niño medio filósofo es aficionado a hablar solo y a plantearse temas peliagudos. Pero el niño no da por concluida su meditación en voz alta, porque se ve que la cifra que ha calculado no le ha convencido. Así que vuelve a iniciar la misma frase: "Yo me voy a morir cuando tenga… -y ahí deja otra pausa dramática- doscientos mil años". "¿Doscientos mil?", le pregunta el padre, divertido. "Sí, doscientos mil". Y los dos, padre e hijo, siguen su camino en esta mañana de otoño que más bien parece una mañana de pleno verano.

¿Qué quieren que les diga? Este niño me ha salvado la mañana. Y la semana. Y el mes. Y sí, yo también estoy seguro de que logrará vivir doscientos mil años.

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