la tribuna

Javier De La Puerta

Economía política para indignados

UN fantasma recorre las plazas de España y las sedes de los partidos políticos: el fantasma de las causas perdidas del 15-M y el 22-M. ¿Cómo explicar estos dos terremotos? ¿Qué demonios ha pasado? "La tensión entre democracia y finanzas está en la raíz del creciente descontento actual en Europa" -asegura el economista Robert Skidelsky-. Pues bien, esta tensión ha causado en España tanto la erupción social del movimiento Democracia Real Ya! como la tremenda derrota socialista en las municipales.

Al leer el manifiesto del Movimiento 15-M llama la atención la ausencia total de referencias a Europa, al euro y a las instituciones europeas. Tampoco se menciona ni una sola vez la palabra déficit o deuda. Esta ausencia de contexto da a la explicación de la crisis y a las demandas de los "indignados" un aire de irrealidad. Pero es un síntoma de lo que está pasando: políticamente Europa (la Unión Europea) no existe más que como agente visible de la globalización. Y, sin embargo, no hay forma de entender la profundidad de la crisis, los cinco millones de parados y los recortes sociales impuestos contra natura por un Gobierno socialista, si no es en el contexto europeo: ésta es una crisis del euro, de la forma en que se ha organizado la Unión Monetaria, y de la gestión fiscal, de la deuda y de la crisis bancaria en la Eurozona. Pero es, sobre todo, una crisis política: la democracia y los poderes financieros no están en el mismo plano.

La raíz del problema, la tensión democracia-finanzas que postula Skidelsky, es sencilla de explicar: los mercados financieros están globalizados, y en el caso del mercado de deuda soberana europea tienen dimensión continental (los prestamistas son los bancos europeos); pero la política fiscal y financiera (impuestos, gasto público y emisión de deuda) sigue siendo nacional. Antes de la crisis los Gobiernos, al crear la moneda única, renunciaron a una política monetaria propia (tipos de interés, tipos de cambio): es decir, a su soberanía, al control de una de las dos palancas clave para gobernar la economía nacional. Algo así como correr con una sola pierna: se suponía que formaríamos un equipo, que correríamos todos juntos.

Pero tras la crisis hemos perdido también nuestra soberanía nacional -y por tanto el control democrático- sobre la otra palanca económica: la política fiscal. Aunque ésta sigue siendo formalmente competencia nacional, todos hemos visto cómo el giro de 180º del Gobierno Zapatero en mayo de 2010, imponiendo un durísimo programa de austeridad, se hacía al dictado de fuerzas externas: los mercados de bonos, Alemania y el Banco Central Europeo (BCE). Y en contra de la ideología y el programa del Partido Socialista elegido por los españoles para gobernar y, lo que es peor, del interés nacional y las necesidades de recuperación del crecimiento de la economía española. Ahora ya no tenemos piernas ni para andar: otros nos llevan en silla de ruedas.

Lo cierto es que la democracia española -como la griega, la irlandesa, la portuguesa, etc.- ha quedado vaciada de contenido, desde el momento en que las decisiones económicas básicas que nos afectan las toman tres personas (Jean-Claude Trinchet, presidente del BCE, Angela Merkel, canciller de Alemania y, hasta hace poco, Dominique Strauss-Khan, director del FMI) bajo la presión abrumadora de unos mercados financieros, que a menudo actúan como manada de lobos. A ninguno de ellos los hemos elegido nosotros.

Los demás, nuestros representantes incluidos, son comparsas. Por dos razones: a) porque las instituciones europeas -el Consejo Europeo y la Comisión Europea- carecen de suficiente legitimidad democrática, y ceden de facto la capacidad decisoria a los más fuertes; y b) porque la Unión Monetaria (el euro) entre países tan dispares en tamaño y fortaleza económica, está coja sin una Unión Fiscal y Política que permita equilibrar, apoyando a los más débiles -es decir, sin un grado de solidaridad fiscal y financiera-. Y un cojo no puede sobrevivir a una manada de lobos: primero muerden un pie (Grecia), luego se comen un brazo (Irlanda), luego una pierna (Portugal), y después se lanzarán a la yugular (España, Italia). Si dejamos que esto ocurra la unidad europea -no sólo el euro, sino la Unión misma- estará en peligro.

¿Cuál es la solución? Por raro que parezca, lo más revolucionario que puede pasar hoy para cambiar decisivamente la situación en España sólo puede ocurrir a nivel europeo. El gran doble paso adelante que nos sacaría del hoyo económico-financiero, evitando males mayores, y transformaría el sistema en un sentido democrático y social avanzado, sería algo tan técnico como la creación del Euro-bono, y tan político como la elección democrática de un presidente de Europa. La puesta en común de la deuda de los países del euro, como expresión más concreta y eficaz de la solidaridad europeay el gran avance político que legitimaría el paso anterior: la exigencia de que el presidente de la Comisión y el presidente del Consejo Europeo fueran elegidos por sufragio de los ciudadanos europeos. Porque no nos engañemos: la única democracia real que hoy es posible y necesaria para avanzar hacia un mundo mejor es la democracia europea. O eso, o volvemos al siglo XIX. Y ya sabemos lo que pasó en el XX.

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