El sistema educativo debe favorecer la igualdad de oportunidades entre todos los individuos y fomentar el desarrollo de las potencialidades de los mismos a lo largo de las etapas obligatorias de la enseñanza. Esa igualdad de oportunidades se ha visto atacada de forma brutal durante este curso desde el momento en que se cerraron los colegios, institutos y universidades. Desde ese instante cada estudiante tuvo que sobrevivir con los medios familiares que dispusiera. Cada centro tuvo que apañárselas con las plataformas informáticas que tuviera disponibles o que pudiera poner en marcha en un tiempo récord. Podemos disculpar que, al igual que en otros muchos contextos, nadie se esperaba este golpe.

Lo incomprensible es que a estas alturas el sistema educativo siga en la incertidumbre de cómo abordar el próximo (o próximos) curso. Planificamos el fútbol, la entrada en los bares, en las fiestas, en los supermercados, pero el sistema educativo no tiene instrucciones claras de qué hacer en septiembre. Ah, claro, que cada centro se organice como pueda. ¿Cómo evitamos el lío monumental que se forma cada día a la entrada y salida de los centros, porque hay que dejar al niño/a en la misma puerta con el coche; cómo evitamos que los menores se toquen en las aulas, en los recreos, en los pasillos? ¿Hablamos de cómo se afectará la metodología docente? Creemos grupos cerrados, dicen. Pónganle puertas al campo.

Ah, sí, sabemos que la solución es una nueva ley educativa que deroga lo anterior. Ya saben: sin virus la solución era cargarse la ley anterior. Ahora, con el virus al acecho, la solución es la misma: otra ley. ¿Y qué se discute en la ley? Pues, lo de siempre: a vueltas con la religión, la elección de centros por los padres, el papel de la concertada y si se adoctrina o no con ciertos contenidos.

El profesorado querría estar mejor formado y tener más medios. Y sobre todo tener menos alumnos por aula pues, lo dicen todas las investigaciones educativas, habría una atención mejor, más individualizada y más seguridad frente al virus. Cuando se planteó qué hacer para el nuevo curso se dijo que aulas con 15 alumnos, un sueño. Pero, ¡ay!, eso supondría prácticamente doblar al profesorado y eso no se puede pagar. Hay millones para activar al turismo, a las fábricas de coches o cualquier otra actividad económica que se nos ocurra, pero para invertir en educación utilizamos ideas creativas como dar clase en los patios o en los espacios que nos inventemos. Los sueños son caros y sueños son. Y todo barato, barato. Vale.

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