El pasado 7 de julio les escribía mientras los alumnos de Bachillerato estaban realizando la Selectividad. Los profesores acababan agotados un curso truncado. El país quería arrancar. Todo eran ánimos para el turismo, para el fútbol y para la fiesta, aunque no hubiera San Fermín. Los sanitarios se recuperaban. Conforme el estío ha avanzado, el virus sigue con nosotros; la sanidad se replantea sus actuaciones y todos los sectores gritan que no se puede volver a cerrar el país y que la ruina nos devora.

Y quizás porque los grandes almacenes ni se atreven a decir que ya tienen los nuevos uniformes escolares, ahora emerge la preocupación por el inicio del colegio. No voy hablarles de burbujas escolares, ni de protocolos imaginativos a cumplir, ni de equipos directivos desorientados y cabreados, ni de profesores con estrés y problemas de salud, ni de sustituciones de profesores que tardarán días en ser cubiertas, ni de ratios elevadas en las aulas, ni de padres que no saben cómo trabajarán si los colegios de sus niños se cierran, ni de la "puñetera idea" que tienen los que se creen que con normas, reglamentos, órdenes, circulares o leyes de educación creen que van a solucionar las necesidades educativ as.

Les hablo de que en este país la educación nunca se ha tomado en serio. Quizás tan solo la Segunda República, mira por donde, creyó que la educación podía cambiar al país e intentó dignificar la función docente y acabar con aquello de "pasar más hambre que un maestro", aunque todo acabó en ríos de sangre y maestros represaliados. Durante 60 años, dictadura y democracia incluidas, la formación de los maestros quedó relegada a una diplomatura que sólo con el plan Bolonia pudo equipararse con el resto de grados universitarios. Y todavía me duele recordar las palabras de algunos compañeros "doctores" que decían: ¿Para qué necesita un maestro estudiar cuatro años?

Al profesorado de secundaria, cuyo número aumentó considerablemente desde 1990, se le mantuvo con una formación inicial específica de un "cursito" de tres meses hasta 2010. Incluso ahora el máster de formación del profesorado de secundaria tiene menos horas de formación que otros máster profesionales como el de abogacía. Y en cada curso, los gestores universitarios tienen que hacer un verdadero encaje de bolillos para poder realizar unas prácticas adecuadas y dignas.

Cuando la formación del profesorado sea la primera prioridad de los 17 sistemas educativos del país, entonces la educación no será lo último aunque sea cara. Mientras tanto este país seguirá, como hasta ahora, preocupado por el fútbol y la fiesta. Vale.

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