Emerge el reino de granada

Hoy, prácticamente para todo dependemos de Sevilla por obra y gracia de un sevillano como Clavero Arévalo

No es bueno silenciar la realidad y la historia. Y menos cuando sobre el silencio se trata de construir, luego, realidades administrativas que, llevadas al extremo, pueden producir enfrentamientos de más o menos gravedad. Es verdad que el debate, de haberse producido, se hubiese convertido en poco menos que en un corral, con el cacareo de estos o aquellos gallos o gallinas -algunos, incluso, de pelea- a la hora de definir cuales serían las comunidades autónomas que quedarían constituidas en esta España plural, para cuyos muros comunes, es verdad, también, muchas veces es difícil encontrar el adecuado cemento, la argamasa necesaria. Y es que, además, la historia reciente de Granada está plagada de esos silencios forzados que han sido distracción intencionada para una serie de latrocinios institucionales que la han desposeído de su natural, histórico y bien ganado peso en el conjunto geográfico del Estado Español, ese que quedó constituido, jurídicamente, en 1978.

Mucho antes y hasta por algún hijo de esta tierra -el motrileño Javier de Burgos, secretario de Estado y del Fomento General del Reino en 1833, durante la regencia de María Cristina- realizó una división territorial de España que supuso el inicio del declive de esta tierra, que fue adquiriendo, cada vez más peligrosa pendiente, hasta nuestros días en que Granada, lejos de evocar a un reino, sólo nomina a una de las últimas y casi más olvidadas, económicamente, provincias españolas.

Hoy, prácticamente para todo, dependemos de Sevilla, por obra y gracia de un sevillano como fue Manuel Clavero Arévalo que, hábil en la práctica política del birlibirloque constitucional -y basándose en lo que Burgos ya había perpetrado siglo y medio antes- hizo que Sevilla -su Sevilla- se engullese, para su señorío y dominio competencial, las ocho provincias que hoy tiene Andalucía, quedando incluidos en el atracón los territorios de sus dos reinos históricos: el de Granada -que conforma desde tiempo inmemorial en el blasón del Estado de España- y el que recibe nombre de la propia capital hispalense que, formando parte de Castilla, no ha tenido nunca, ni tiene presencia heráldica en el escudo oficial del reino español.

Ríos de tinta se habrán de producir y ven venir, mucho más caudalosos que los que ya han sido hasta ahora. Ríos por los que fluirán, seguro, las muchas razones y oprobios por los que, en esto de la autonomía y sin paliativos, le ha ido muy mal a Granada. Así, pues, se avistan tormentas para todos los partidos políticos, que no por cerrar los ojos el asunto se les resolverá, así, parafraseando a Jorge Manrique, "avive el seso e despierte" que parece estar emergiendo nada menos que el Reino de Granada. O una buena parte de él. ¿O no?

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