Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Enseñando las vergüenzas

Un poco descolocados todos: políticos, pensadores, columnistas, escritores… Perplejos. Así estamos.

Políticos, tertulianos, columnistas y escritores, empeñados en vestir el Facebok con sus galas de guardarropía, todos creemos tener buenas razones para seguir asistiendo a las sesiones parlamentarias o mandando nuestras columnas a los beneméritos medios de comunicación que nos acogen. Pero somos perfectamente prescindibles, porque seguimos, unos y otros, en modo prepandémico. Los parlamentarios, insultándose, por no hacer mudanza en su costumbre, para tapar sus vergüenzas y disimular que no quieren o no saben hacer su trabajo. La enormidad del reto los ha dejado en evidencia. Ellos no lo saben o fingen no saberlo, pero todos los días y a todas horas se exhiben desnudos. De pronto un optimista, militante o seguidor de algún partido, se cabrea y nos recuerda a los de afuera, a los que le estamos viendo el culo a sus señorías, que todos no son iguales. Seguro que no. Pero esas es la prueba definitiva del colapso de un sistema: cuando es imposible distinguir en él los buenos de los malos. La burbuja antidemocrática los cubre a todos con su pestilencia. Pero, como decía al principio, ellos deben de tener sus razones, incluso los "puros", para seguir dentro de esa ciénaga. Si abandonaran su ensimismamiento, unos y otros, advertirían que la única manera de salvar la democracia y de recuperar algo de credibilidad consistiría en aunar fuerzas, dejar de sobreactuar peligrosamente, y enfrentarse con decisión y humildad al correoso enemigo que nos acecha. Los opinantes también estamos en una tesitura delicada. Muchos seguimos en modoZola, el escritor que con un artículo fue capaz de desestabilizar la III República francesa. Analizamos, damos consejos, señalamos quién se equivoca y quién tiene razón; la indecencia de los políticos, la permanente avidez de una dinastía que cada cierto tiempo tiene que abandonar el país para que nos olvidemos de sus tropelías. Los opinantes jugamos a que estamos vestidos con un traje de verdades que cubre y tapa nuestra propia desnudez, como si no formásemos parte del experimento. Todo, menos admitir que la presente catástrofe nos sobrepasa y que estaríamos mejor calladitos. Como los políticos, también tenemos nuestras razones. Pensamos que el escribir nos protege del Alzheimer o de la demencia. A lo peor, ese traje de palabras no impide que también se nos vea el culo.

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