LA historia de los mineros chilenos, enterrados en vida en una mina del desértico norte de su país, ha hecho correr ríos de tinta estos días. Estamos viviendo en directo el encierro a centenares de metros de profundidad de este grupo de mineros que se esfuerza por convencer a sus familias y a todos nosotros de que la vida bajo tierra no hace mella ni en sus endurecidas anatomías ni en sus inquebrantables almas. Ven partidos de futbol, asisten a partos a distancia, las mujeres y las amantes se conocen, en fin, toda una serie de vidas pasan ante nosotros en pocos días como si de un reality se tratara. Y mientras tanto, las naturalezas de acero de quienes se han curtido a centenares de metros bajo tierra, se van doblegando poco a poco. No puedo creer que tras esas esforzadas sonrisas no haya la incontenible angustia de quien sabe que el mundo se debate impotente por encontrar una solución para su enterramiento. Ya están funcionando los planes A, B y C. Ninguno de ellos podrá evitar que los mineros enterrados en vida pasen meses en esa situación. Y posiblemente después ninguno será ya igual que antes. Tantas veces la naturaleza nos da estas curas de humildad y nos obliga a recordar que la todopoderosa tecnología no es capaz de resolver tan fácilmente algunos de los problemas con los que nos enfrentamos cada día. Mientras nos seguimos preguntando cómo será posible que se hayan quedado allí y quien será el responsable, los ingenieros debaten cada día las posibles alternativas de rescate y deciden poner en marcha de forma paralela todas las soluciones posibles. Hoy, por fin, gracias al esfuerzo de un país castigado de forma inmisericorde por los desastres naturales, la sonda del plan B ha llegado al agujero donde se encuentran los mineros. Sólo es un pequeño y larguísimo orificio de unos centímetros que ahora habrá que ensanchar, lo que nos conecta con ellos. Pero es el primer resultado feliz tras este cursillo acelerado de perforación que hemos venido recibiendo en las últimas semanas.

En medio de los fastos de la celebración del bicentenario de su independencia, los chilenos se enfrentan, más unidos que nunca, con el reto del rescate de unos conciudadanos en medio de la reconstrucción de un país acostumbrado a convivir con los temblores de tierra. La sonda del plan B ha llegado a su destino, con ella se abre una nueva vía de esperanza para quienes por horadar la tierra para vivir nos dan con su entereza una lección a todos, mientras un país orgulloso de su historia demuestra al mundo lo que hay que hacer por proteger a los suyos.

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