La Rayuela

Lola Quero

lolaquero@granadahoy.com

España, 2022

De la película 'Argentina, 1985' me quedo con el personaje de la madre del fiscal, seguidora de Videla. Su giro es un acto de valentía que simboliza la legitimidad social del proceso reparador, sin revanchismo. Pura democracia.  Si quieres seguir leyendo los artículos de La Rayuela, suscríbete a la Newsletter de Lola Quero

Escena de la película 'Argentina,1985'

Escena de la película 'Argentina,1985' / Efe

Hace casi un mes que salí del Madrigal con el eco de la voz de Ricardo Darín en Argentina, 1985, una de las películas que mejores sensaciones me han transmitido en los últimos tiempos y que bien merece una visita al cine, por más que la obra ya esté al alcance de mi mando a distancia, entre el resto de productos que ofrece Prime Video. Tengo que tirar del tópico y decir que no es lo mismo, que dónde irá a parar. Mi sillón es mil veces más cómodo que las viejas butacas, pero no tiene precio escuchar ese alegato final del fiscal Strassera junto a la emocionada pareja de argentinos de mi misma fila. Para ellos aquello estaba muy lejos de la ficción y ejercían algo así como un efecto contagio al resto de la sala. Hacía años que no escuchaba un aplauso al final de una sesión de cine.

También pude disfrutar mucho mejor de la excepcional banda sonora, obra de un joven compositor granadino de apenas 25 años que triunfa en Hollywood y en el resto del mundo. Pedro Osuna ya es uno de esos genios musicales y artísticos salidos de esta tierra cada nosecuantas décadas. Para trabajar en esta película no le habrá sido difícil encontrar la inspiración, porque su padre, Ernesto, es uno de los principales abogados penalistas de la capital judicial de Andalucía y no le han debido de faltar oportunidades para verlo en acción, asistir a juicios y vivir en su propia casa cómo se prepara un proceso. Quizás, en su cabeza, esas escenas tenían música desde que era niño.

Pedro Osuna Pedro Osuna

Pedro Osuna

Me decido ahora, tantos días después, a hablar de esta película porque hay una escena o un aspecto de la obra que desde entonces me viene a la cabeza casi todo el tiempo, siempre al hilo de la actualidad. A ver cómo lo cuento sin desvelar mucho los detalles de una historia que es Historia, incluso en la esencia de sus adornos de ficción.

El trabajo de “meter en cana” (llevar a la cárcel, en su argot) a los principales responsables de la despiadada dictadura militar argentina de 1976 a 1983 recayó sobre dos fiscales, Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo. El primero es perfilado como un experimentado y abúlico funcionario que había sobrevivido callado y camuflado en el sistema. Tiene que ser empujado por su entorno para sacar lo mejor de sí mismo y convertirse en ese héroe de carne y hueso que requería su país.

El segundo personaje es, a mi juicio, la clave de bóveda de la historia. Requetepariente de militares e hijo de una señora que iba a misa diaria con Jorge Videla, Moreno Ocampo es el caballo de Troya, quien otorga legitimidad al proceso, porque de otro modo, sin su intervención, todo eso sería interpretado como una venganza de la izquierda más radical del país. Al principio no estaba convencido de que el juicio fuera por buen camino porque su mamá pensaba que era algo así como un teatro del rencor o una forma innecesaria de remover el pasado. Lo más interesante es que trabajaron para convencer a todas esas personas representadas en la figura de la madre. No les dio igual su oposición. 

Hasta que un día, impresionada por la declaración de una de las víctimas de la represión, la mujer telefonea a su hijo el fiscal para decirle que es imposible pensar en no hacer justicia. Ahí él sabe que han ganado, aunque aún no haya sentencia, porque su causa ya no es sólo la de una parte de la nación. Es la justicia de toda la gente de bien de un país que aspiraba a vivir en libertad, en paz y en democracia.

Los dos españas

No les costará entender por qué ese argumento me golpea a cada paso de la actualidad de este país. España, 2022. Casi medio siglo después de la muerte de nuestro dictador, seguimos atascados en el problema de las dos españas y con una polarización que, en lugar de matizarse con los años, crece de forma alarmante. No tenemos niñas ni mujeres asesinadas por sus progenitores o parejas, sino símbolos de la lucha política por las leyes de violencia de género, en función de quien mate en cada caso. No hay jóvenes prepotentes que denigran a sus “amigas” las niñas llamándolas “putas”, sino tradiciones sin importancia para unos, o características propias de la malvada élite, para otros.

Exhumación de Queipo de Llano de la Macarena, en Sevilla Exhumación de Queipo de Llano de la Macarena, en Sevilla

Exhumación de Queipo de Llano de la Macarena, en Sevilla / D. S.

En la semana en que los restos de Queipo de Llano han salido de la Basílica de la Macarena para cumplir así la reciente Ley de Memoria Democrática, el debate está servido. La reparación puede hacerse por vía de una norma legítima, aprobada por mayoría en el Congreso, pero sin consenso. Y podemos discutir quién tendría la culpa de esa falta de acuerdo global, el que pone la letra o el que nunca la apoyaría, ponga lo que ponga. Todo eso es más o menos discutible, pero lo que reconozco que me cuesta mucho entender son cosas como los mensajes de alabanza a Queipo de Llano que suscribía estos días en sus redes sociales un político granadino que ha vivido durante muchos años del sueldo de la democracia y hasta nos ha gobernado.

En su defensa no se podrá alegar ignorancia como la que demuestra una parte de la juventud en estudios recientes. Javier González-Cotta se quejaba en su artículo, El macareno Queipo, del "aguachirle mental" de las nuevas generaciones, alentado por los mítines festivos de Vox. Por eso es tan importante actuar como convencer.

También hay miedo a alimentar la discordia. Decía Juan José Ruiz Molinero en su columna de hace unos días, a propósito de los monstruos de Halloween, que en la historia de España hay infinidad de ellos y citaba a Franco o a Queipo de Llano, “cuya represión en Andalucía fue pavorosa”. Admite que es “un pasado que no se puede olvidar y hay que reparar”, pero cree que debemos preocuparnos más por “los monstruos vivos, salidos de sus tumbas ideológicas”. 

El catedrático y político socialista José Antonio Montilla ha dedicado su artículo semanal a hacer un verdadero alegato a favor de la cultura del acuerdo como única tabla de salvación de la democracia. Me quedo con el final: “Una parte influyente de la sociedad considera que llegar a acuerdos es de "blandengues", cuando es justo lo contrario. La capacidad de llegar a acuerdos con el que piensa diferente es una muestra de valentía política. Mientras no entendamos eso, y lo apliquemos en la práctica, nuestra democracia continuará deteriorándose día a día”.

Si este país llega algún día a cerrar su herida histórica, o cualquiera de las brechas que no paramos de abrir, no será dando rienda suelta a la polarización. Será con caballos de Troya. Será con una combinación de prudencia y audacia. Con un arduo trabajo de pedagogía para toda la sociedad. Será con personajes notables que se olviden del dictado de ideologías mamadas y apoyen lo que mandan la justicia y la razón en cada caso. No será sin madres convencidas. 

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