Crónica Personal

España en Semana Santa

Son polémicas ajenas a lo que de verdad importa a quienes viven la Semana Santa sintiéndola como días especiales

Los políticos andan a vueltas con la campaña, los tracking y las posibles fórmulas de Gobierno, pero la España real mira hacia arriba a ver si vienen lluvias.

Los de playa ya han asumido que difícilmente pisarán la arena, pero la gran mayoría tienen otra preocupación: si la cosa viene en condiciones de que salgan las procesiones. No hay plásticos, lonas ni pantallas transparentes que valgan, las vírgenes y cristos no pueden exponerse a daños irreparables. Los hermanos mayores de las cofradías cargan sobre sus espaldas una decisión que a veces sólo ellos defienden: quedarse en la iglesia para evitar males mayores.

España es mayormente católica, aunque no vaya a misa. A muchos de los que presumen de ser agnósticos se les escapa un padrenuestro a San Antonio cuando pierden algo y buscan altares mayores catedralicios cuando quieren una boda de tronío. Y que no le quede duda a nadie: cuando se recogen en procesión, cuando lloran con desconsuelo porque la lluvia les impide salir, cuando se emocionan ante una saeta, un paso que se eleva como un resorte ante el golpe del martillo, el silencio sobrecogedor ante la puerta de un templo que se abre para que salga una virgen rodeada de velas y flores, las emociones son de verdad, sinceras, conmovedoras.

Los políticos han abierto debates absurdos sobre la presencia de la Legión, sacar o recoger los pasos con el himno nacional, si deben participar bandas militares, y si las mujeres pueden ocupar cargos en las cofradías después de haber logrado, con naturalidad, participar en las procesiones con los mismos hábitos que los hombres y en sus mismas condiciones. Son polémicas ajenas a lo que de verdad importa a quienes viven la Semana Santa sintiéndola como días especiales. En muchos casos, como los únicos días que verdaderamente se sienten parte de un colectivo con sentimientos muy profundos, sentimientos que no afloran el resto del año.

Sorprende a los foráneos que personas que viven lejos de su tierra y que llevan una vida absolutamente ajena a lo que marca la Iglesia católica, cuando se acerca la Semana Santa cogen carretera o se suben a un avión porque consideran inaplazable su cita con su hermandad, a la que generalmente guardan devoción y fidelidad absoluta desde que eran niños. O, sin formar parte de una hermandad, no pueden escapar a la necesidad de estar en su ciudad cuando las imágenes religiosas de toda su vida recorren las calles en las que crecieron.

Lo que ocurre en Semana Santa es inexplicable.

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