HOY se constituyen el Congreso y el Senado, y arranca formalmente la legislatura. Lo hace marcada por el fracaso de la anterior, abortada por la incapacidad de los partidos para investir a un presidente del Gobierno. La repetición de las elecciones, un hecho que no tiene precedentes en la historia de la democracia española, ha colocado a la política española en su nivel más bajo en décadas. Tenemos demasiados problemas como para que los líderes de los partidos sigan anteponiendo los intereses puramente partidistas a los generales del país. Pero, por lo que se sabe hasta ahora, las cámaras inician su labor parlamentaria sin que se haya desatascado el bloqueo político y sin que las posturas de unos y de otros sean muy diferentes a las que nos llevaron a la situación actual. Cierto que la correlación de fuerzas ha despejado algo el panorama y que nadie, excepto los iluminados de extrema izquierda, plantean ahora que una fuerza que no sea el Partido Popular pueda presidir el Ejecutivo. Pero se mantiene la cerrazón de los partidos a la hora de facilitar las vías de acuerdo. Mucho van a tener que cambiar las cosas en los próximos días para que cuando el Rey llame a los líderes a la ronda de consultas el panorama esté aclarado, aunque las últimas declaraciones del secretario general socialista -que con la abstención es quien realmente tiene la llave para que se pueda formar un Gobierno- y el acuerdo alcanzado ayer entre PP y Ciudadanos para la formación de la Mesa del Congreso permitirían, si se le pone muy buena voluntad, albergar esperanzas. Sobre todo porque el país no puede soportar otro fracaso. En un contexto nacional en el que las exigencias de Bruselas de nuevos ajustes y la debilidad de la recuperación económica van a marcar la calidad de vida de los españoles en los próximos años, en el que la idea de una Europa fuerte y unida se desmorona tras el referéndum británico y en el que la amenaza terrorista planea sobre todos nosotros, no se puede estar durante más tiempo en una situación de interinidad y de falta de Gobierno que impiden la adopción de decisiones internas que son imprescindibles y minimiza la presencia de España en la escena internacional. Realmente, ya no hay mucho margen de tiempo. La opinión pública no toleraría un espectáculo como el que siguió a las elecciones del 20 de diciembre y si los líderes políticos no son conscientes de ello es que viven de espaldas a la realidad y, por lo tanto, que no sirven.

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