Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

España querida

Los chicos se siguen yendo y lo hacen a toda prisa, no sea que, después del tren, pierdan hasta la posibilidad de largarse

Granada es una de las provincias más exportadoras de España, que es uno de los países más exportadores del mundo. Otros exportan turistas, ordenadores, trigo. Nosotros, pese al excedente de calabacines, exportamos tecnología punta: personas, cerebros, jóvenes, neurotransmisores. ¡Lo de siempre! ¡Ganivet! ¡Nuestro futuro es nuestro pasado! Por eso estoy tan quejoso de que anteayer se inaugurara en la Plaza de la Estación de Andaluces un conjunto escultórico en homenaje a los emigrantes retornados, a los que marcharon en los 50, los 60 y los 70 a reconstruir la Europa destruida por la II Guerra Mundial y fabricar coches mientras aquí fabricaban represión. Esas estatuas están solas, homenajean a la antigüedad y no a la actualidad que le sirve de espejo. Frente a ellas deberíamos de erigir la de los emigrantes forzados, equipados con su móvil, su máster y sus dos carreras, porque yo no veo volver a ninguno de los cientos de miles de jóvenes exiliados durante la crisis para aliviar las estadísticas a Mariano Rajoy. Es más, los chicos se siguen yendo y lo hacen corriendo, a toda prisa, no sea que, después de los trenes, pierdan hasta la posibilidad de largarse.

Hay malajes que apuntan que los grandes patriotas quieren tanto a España que se la han quedado entera. No es mi tesis. Aquí sobra sitio, aquí sobra trabajo, aquí la gente se va porque quiere. Los datos oficiales insisten en que la nación no para de crecer. Y por la tele vemos que hay casas espaciosas y acogedoras, como la de Bertín Osborne, donde muchos podrían alojarse. Es cierto que, aunque Bertín es supertopegeneroso, allí no cabrían todos, y para algunos sería contraproducente, porque la falta de costumbre podría hacer que les sentara mal la manzanilla o el jamón de pata negra. Por eso hay tantos jóvenes que pasan y para los que la única patria es el camino. Chavales que emigran a la fuerza, como sus abuelos o bisabuelos, y que quizá vuelvan en décadas, ya jubilados, para pasar aquí sus últimos años de vida y que les levantemos otro monumento a la nostalgia. Repetirán, con algunas variaciones, la vida de mi tío Bartolo. Cuando llegaba cada agosto desde Francia, se encerraba en una habitación, ponía en el tocadiscos cualquiera de las dos Españas, la de Valderrama o la de Molina, soltaba unas lágrimas y después salía rejuvenecido, aniñado, para sentirse alegre y por fin en casa. Ahora ha emigrado para siempre y sin quererlo al simentiendes, al Cortijo los Callaos. Para morir cualquier sitio es malo. In memoriam, tito.

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