La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

La España vacía

El ánimo de las personas del medio rural no se deshidrata jamás, siempre halla remedio en su ancestral experiencia

La España vaciada es la nueva serie de la retórica política española. Corre el riesgo de convertirse en el arma socorrida del gobernante para ejercer la buena voluntad, pero sin pasar al ámbito de las soluciones reales. Un bienqueda.

La peor mentira de nuestros políticos es hablar de la España yerma, desolada y despreciada, con la media verdad de la inconcreción de medidas que razonen su preocupación teórica para enmendar su incierto futuro. Una manera de mostrar hipócrita empatía con el abandono del medio rural, pero sin aportar leyes y presupuestos que hagan cambiar el tercio desde el morlaco del olvido hacia el toro del porvenir más esperanzador.

¿Cuántas oportunidades de futuro impidieron en 1985 Felipe González y su ministro Enrique Barón al desmantelar la línea férrea Baza-Almendricos? Infinitas. ¿Soluciones propuestas para su reversión? Ninguna. Han convertido su trazado férreo en una vía verde que te quiero verde, pero ya sin el chachachá del tren.

¿A cuánto se eleva el despilfarro e ineficiencia en fondos de desarrollo rural provenientes de la UE, sin que en el mundo rural haya cundido su desarrollo? Elevadas sumas, usadas para florear el cartel electoral progresista más que para reverdecer progresos que el tiempo va secando sin remedio.

¿Hay alguien ahí que además de explicarnos cómo de amplia es su sensibilidad con la vaciada España, esté dispuesto a hacer acto de contrición y evaluar en qué intermediario se interrumpió la eficacia de tantos recursos como dijeron poner para el progreso de nuestros pueblos y aldeas? Fundidos en falsos picaderos, museos fríos y colocaciones diversas de militantes del partido.

Hay que darles la caña, sí, pero dejando peces en el río para que la pesca sea posible. Nadie puede dar mejores lecciones de supervivencia que las personas del medio rural, cuyo ánimo no se deshidrata jamás, siempre halla remedio en su ancestral experiencia.

Lidiar en el siglo XXI al toro de la soledad rural no es fácil de hacer con la única ayuda de las propias manos, la buena voluntad y unos pies pegados a un suelo que se seca. Modernicen regadíos. Mejoren las comunicaciones por tierra y por ondas. Faciliten leyes urbanísticas que distingan entre un pelotazo en Marbella o Islantilla y las necesidades vitales de La Peza, Castril o Moclín...

La política tiene que pasar a los hechos, y actuar contra la despoblación del 80% del territorio. Que las promesas, mil veces repetidas, ya solo dejan el eco de su ridículo.

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