¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La España 1,5

En estos momentos en los que algunos, a derecha e izquierda, vuelven a jugar con fuego habría que recordar aquella España 1,5

El pasado miércoles nos reunimos en el Real Alcázar de Sevilla un grupo de personas con dos intenciones: inaugurar el ciclo Las tertulias de Olavide, una iniciativa que el nuevo alcaide del monumento, Manuel del Valle, ha puesto en marcha para activar el debate ciudadano en la capital andaluza; y homenajear al poeta Joaquín Romero Murube en el cincuenta aniversario de su muerte. Más allá de los valores literarios y estéticos del autor de Pueblo lejano (uno de los prosarios más importantes del 27), nos interesa esta figura porque resume todas las tensiones, desgarros y contradicciones de la generación que vivió la Guerra Civil. Hombre de derechas que militó en el bando nacional, eso no le impidió dedicar uno de sus libros más emocionantes, Siete romances, a su amigo del alma y generación, Federico García Lorca, quien había sido asesinado recientemente en Granada. Y lo hizo en 1937, en plena Guerra Civil, en la Sevilla de Queipo de Llano, lo que nos habla de la valentía de este autor al que muchas veces se le ha acusado injustamente de "acomodaticio."

La figura de Romero Murube nos recuerda a ese grupo de españoles que, aunque militaron en un bando determinado -por azar o convicción-, no se olvidaron nunca de sus hermanos y amigos del otro bando y que, por encima de trincheras, blocaos y parapetos de avanzada, siempre tuvieron para ellos palabras de afecto y recuerdo. No es la tercera España (la que decidió exiliarse para no mancharse con la barbarie o, simplemente, salvar la vida), ni la primera ni la segunda, sino la que permaneció en el país sin que el fanatismo les nublase la mente y el alma. Cuando acabó el acto del Alcázar, en un corrillo en el que estaban Lombilla y José María Jurado, uno de los dos, ya no recordamos quién, la llamó la "España 1,5". Es, en definitiva, aquella en la que militaron, cuando comprobaron el horror de la Guerra Civil, personajes como el presidente Manuel Azaña o José Antonio Primo de Rivera. El primero con su famoso discurso de Paz, piedad y perdón, pronunciado en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938; el segundo con el testamento que escribió con sangre poco antes de ser fusilado en Alicante, en la amanecida del 20 de noviembre de 1936: "Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya la paz el pueblo español".

En estos momentos en los que algunos, a derecha e izquierda, juegan de nuevo con fuego, habría que recordar la herencia de aquella España 1,5, cuya historia, por cierto, aún está por escribir.

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