Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Esperando lo peor

Sorprende la cicatería en los controles ciudadanos y en la protección de los que están en primera línea

El presidente Sánchez pide a los ciudadanos todos los sacrificios habidos y por haber porque, advierte, aún no ha llegado lo peor de la pandemia. Tras decretar tarde el Estado de Alarma y prometer una serie de medidas que veremos cómo se concretan, siguen creciendo las víctimas mortales -más de 1.000 al escribir estas línea- y los contagiados llegan a los 20.000, en relación con los insuficientes test realizados, porque o no hay medios para ejecutarlos o, conociendo la cifra real de infectados, nos colocaría en una posición de primerísima cuota de 'apestados', como he llamado esta situación, recordando a Camus. Sorprende, por tanto, esa cicatería en los controles ciudadanos y la protección de los que están en primera línea, jugándose la salud y hasta la vida -médicos, sanitarios diversos, personal de limpieza, etc.- que exigen no sólo aplausos solidarios, sino esos medios imprescindibles -trajes especializados, mascarillas, guantes, respiradores-, con casos tan indignantes como los vistos en un hospital gallego donde los sanitarios tienen que utilizar bolsas de plástico para protegerse. Por cierto, ¿han sido sometidos todos ellos a continuas pruebas para asegurar que no son, al mismo tiempo, portadores del Covid-19, que pueden transmitir a pacientes y familiares?

Siguiendo un orden de prioridades ante el nuevo enemigo, asombra que aceptando a los mayores como víctimas propiciatorias del virus -aunque, como ha alertado la OMS, afecta también letalmente a los jóvenes y conocemos, por desgracia, casos de jóvenes fallecidos sin patologías previas- no se hayan tomado medidas contundentes en las residencias donde se concentra el grupo más vulnerable, lugares en los que han fallecido o procedían de ellos una gran parte de víctimas mortales.

¿Qué ha fallado? ¿Cómo se han contagiado sin pisar la calle? ¿Qué controles se han realizado en residentes y cuidadores? ¿Cómo puede aceptar una sociedad que sus ancianos mueran en esa terrible soledad y en circunstancias tan dramáticas?

Es verdad que el coronavirus no sólo provoca enfermos y fallecidos, sino muchas otras víctimas: centenares de miles de ciudadanos que han perdido sus empleos desde el decreto del Estado de Alarma, millones de españoles confinados en sus domicilios, niños incluidos, en un ensayo de una forma de dictadura temporal, aceptada cívicamente sólo por las circunstancias, que retratan Camus y Saramago en sus novelas, donde no sólo se pierde la vida, sino la libertad.

Es necesaria la unidad política y ciudadana, la solidaridad y responsabilidad, como ha recordado Felipe VI, pero también la autocrítica -han sido demasiados los errores e imprevisiones de los gobernantes- para ganar esta guerra sin cuartel contra un enemigo invisible.

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