Europa nos riñe

El número de nuestras pesadumbres era ya abultado antes de que el señor Putin diera comienzo a sus crímenes

Parece que la UE empieza a reñir al Gobierno de España con cierta insistencia. Al asunto de las pensiones, a la cuestión del tope de la luz, al tema general del gasto público, viene a añadirse, a última hora, la perspectiva verosímil de que el precio del dinero suba, como forma de contener la inflación, y en consecuencia, suba también el monto de la deuda española y el millonario pago de intereses. El Gobierno, sumariamente, achaca tales adversidades a la campaña ucraniana. Pero, salvo una violenta desmemoria, es fácil recordar que el número de nuestras pesadumbres era ya muy abultado antes de que el señor Putin, tierno amigo de los indepes, diera comienzo a sus crímenes.

Antes de ingresar en la UE, cuando aún se llamaba CEE, nuestros socios europeos temían que fuéramos una potencia agraria y que abrumáramos a su campesinado con el precio y la calidad de nuestra huerta. Luego se vio que no, que nuestra industria era otra, el Spain is different, lo cual no quitó para que los agricultores franceses nos volcaran los camiones al pasar la frontera. Ahora se teme, desde Bruselas, que la economía española sea un riesgo estructural, dado el gravoso estado en que se halla. El Gobierno, como ya se ha dicho, justifica la situación con la guerra de Ucrania; sin embargo, han sido razones de consumo interno las que, presumiblemente, han propiciado nuestras aflicciones presentes y futuras. Y no me refiero al consumo en sentido estricto, cuyo Ministerio regenta, con los resultados conocidos, el señor Garzón. Sino a razones de índole interna, la mayor de las cuales quizá haya sido la árida componenda de un Gobierno de coalición, en el que cada cual ha exigido su cuota parte, sin prestar demasiada atención a la marcha conjunta.

No podemos resaltar ahora las inmarcesibles virtudes de todo orden con que se adornan los socios del Gobierno. Pero acaso hubiera resultado más útil -a los españoles, me refiero-, un Gobierno que no añadiera mayores turbulencias a una situación dramática en sí misma. A diferencia de lo que ocurría con Fernando Morán, las humoradas y frivolidades que se le adjudican al señor Garzón son, desdichadamente, ciertas. A lo cual se suma que la leal oposición se hallaba, no en los bancos fronteros del hemiciclo, sino en el propio cónclave ministerial. ¿Qué nos dirá nuestro Gobierno cuando al precio de la luz y el gas, cuando a la merma de la renta, hija de la inflación, cuando a la reforma de las pensiones, se le una la subida de las hipotecas? He aquí el enigmático y severo oficio de la Esfinge.

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