Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

El Ex preso de Neumünster

Si los jueces no admiten delito de Puigdemont y los suyos para fracturar países, Europa llegaría a su fin

La Semana Santa, que muchos vivimos alejados de cortejos y espectáculos tan ridículos como escuchar himnos militares en las voces de ministros civiles, ha tenido también, aunque lejano, el espectáculo de la detención, encarcelamiento y posterior libertad bajo fianza del cómico catalán Carles Puigdemont, al intentar atravesar Alemania, después de sus peroratas por diversos lugares de Europa, no para defender unas ideas, sino para hacer gala de sus graves delitos cometidos en su país e insultar a sus instituciones. Aunque será largo el proceso sobre el independentismo catalán y sus consecuencias, la primera consideración que surge de las aparentes diferencias de juzgar estas actitudes y, en consecuencia, si algunos tribunales de la UE no admiten delito a Puigdemont y los suyos para fracturar países, Europa llegaría a su fin, con la fragmentación de las naciones existentes. Es difícil extrapolar estas acciones a otros países, por ejemplo en Alemania, donde no creo que los tribunales aceptasen que el responsable de un Länder, después de convocar un referéndum ilegal para separarlo del resto del país y proclamar la independencia del mismo, huyese de la justicia germana -que en los graves casos de alta traición pueden estar penados con cadena perpetua- se pasease por Europa como presidente de una república bananera y, a lo mejor, hasta pedía asilo político en España. En cualquier caso los catalanes debían ser los primeros en poner fin a este esperpento, aunque sea una sociedad dividida por mentiras utilizadas por los nacionalismos excluyentes que han sido base de tantas violencias de las que Europa sabe demasiado. La secesión en España sería el primer paso para la desmembración europea.

Es verdad que hay que acudir a la Potica con mayúscula para solucionar problemas y no crearlos, pero dentro de las leyes y las normas de convivencia que cada país soberano se dota. El futuro de la región más próspera de España, con una presencia cultural más cercana a la Europa iluminada que a los oscurantismos aldeanos, no debería depender de los intereses personales de un megalómano y su corte, por muchos fervores que lo sigan -recuerden las concentraciones multitudinarias nacionalistas de Hitler o Franco-, sino de la verdad y el sentido común que debe imperar en una sociedad culta y democrática.

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